sábado, 24 de noviembre de 2007

La vuelta de Mambrú

Para Miguel Angel
De Mario Benedetti
"Por entonces regresará Mambrú",
del poeta español Gerardo Diego

Cuando Mambrú se fue a la guerra, llevaba una almohadilla y un tirabuzón. La almohadilla para descansar después de las batallas y el tirabuzón para descorchar las efímeras victorias.
También llevaba un paraguas contra venablos, aguaceros y palabrotas; un anillo de oro para la suerte y contra los orzuelos y un llavero con la llave de su más íntimo desván.
Como a menudo le resultaba insoportable la ausencia de la señora de Mambrú, llevaba un ejemplar del “Cantar de los Cantares”, a fin de sobrellevar los veranillos de San Juan, un abanico persa y otro griego.
Llevaba una receta de sangría para sobornar al cándido enemigo y para el caso de que este no fuera sobornable llevaba un arcabuz y un verduguillo.
Asimismo unas botas de potro que rara vez usaba, ya que siempre le había gustado caminar descalzo y un calidoscopio artesanal, debido probablemente a que Marei, Edison y Lumiere no habían nacido para inventar el cine.
Llevaba por último, un escudo de arpillera porque los de hierro pesaban mucho y dos o tres principios fundamentales mezclados con la caspa bajo el morrión.
Nunca se supo cómo le fue a Mambrú en la guerra, ni cuántas semanas o siglos se demoró en ellas, Lo cierto es que no volvió para la Pascua ni para Navidad. Por el contrario, transcurrieron centenares de Pascuas y Navidades sin que volviera o enviara noticias. Ya nadie se acordaba de él ni de su perra. Nadie cantaba ya la canción que en su tiempo era un hit.
Y sin embargo, fue en medio de esa amnesia que regresó en un vuelo regular de Iberia, exactamente el miércoles pasado. Tan rozagante que nadie osó atribuirle más de un siglo y medio. Tan lozano que parecía el chozno de Mambrú.
Por supuesto ante retorno tan insólito hubo una conferencia de prensa en el abarrotado salón Vip. Todos querían conocer las novedades que traía Mambrú después de tanta guerra. Cuántas heridas, Cuántos grilletes. Cuántos casus belis. Cuántos pillajes y zafarranchos de combate. Cuánto orgullo, cuántas lecciones. Cuántos laureles, cuántas medallas y cruces de chafalonía.
Ante el asedio de micrófonos que diecinueve hombres de prensa blandían como cachiporras, Mambrú, oprimido pero afable sólo alcanzó a decir: - Señores no sé de qué me están hablando. Traje una brisa con arpegios, una paciencia que es un río, una memoria de cristal. Un ruiseñor, dos ruiseñoras, traje una flecha de arco iris y un túnel pródigo de ecos. Tres rayos tímidos y una sonata para grillo y piano. Un lorito tartamudo y una canilla que no tose. Traje un teléfono de ensueño y un aparejo para náufragos. Traje éste traje y otro más. Y un faro que baja los párpados, traje un limón contra la muerte y muchas ganas de vivir.
Fue entonces que nació la calma y hubo un silencio transparente. Un necio adujo que las pilas se hallaban húmedas de llanto y que por eso los micrófonos estaban sordos y perplejos.
Poquito a poco aquel asedio se fue estrechando en un abrazo y Mambrú viejo y joven y único sintió por fin que estaba en casa.



De la Sala de Lectura de http://www.7calderosmagicos.com.ar./

domingo, 18 de noviembre de 2007

La Modorra

Hoy a la tarde nos visitó la Modorra, gracias a Dios.
Entró por el Zaguán del Negro y se cuidó bien de no llegar hasta la Santa Marta, taller del trabajo doméstico.
Se detuvo en el living, y me masajeó hasta adormecerme en mi sillón hamaca. Me recitó poemas de Pablo Neruda (¡musicalisados!) y me contó historias de narradores.
Le dije que mi idea era sentarme a escribir un poco, que tengo tantos proyectos enredados en mi agitada vida-diaria-para-amar-y-servir-a-Dios-y-al-prójimo.
Sentada en el sillón de tres plazas, ataviada de un corto vestido de flores, me señaló a María, que estaba en la terraza enseñando algúna materia a Hernanjo; cabeceó hacia mi espalda para mostrarne a Cande y a Ro practicando los artículos, en el comedor, y se palpó el lóbulo de la oreja para que repare en la música que venía del cuarto de Marin.
Blandí mis preocupaciones, mis inquietudes. Le expliqué que el mundo no podía seguir sin escuchar mi manifiesto.
Ella se sonrió y puso más fuerte la música de Calycanto que, adueñados de la voz de los versos del poeta chileno, cantaban a su casa de Valparaíso, la Sebastiana.
Dispuesto a resistirme, me agarré de un recorte de Página. Allí habría señales inspiradoras de mi pregón.
Disimuladamente, me hizo oler el fruto pisado y fermentado de la uva hasta hacerme enloquecer. Bebí, sí; bebí dos vasos. El reciente almuerzo, una cerveza de aperitivo y el cansancio de la semana, cómplices de ella, hicieron el resto.
Cuando me desperté ya era tarde. No podría escribir más que estas pocas y superficiales líneas.
Esta enviada no hizo otra cosa que hacerme honrar el domingo, día del Señor.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Un motivo para haber amado



Aclaro que esta letra tiene una teología distinta que la mía. Sin embargo, esta canción tiene una poesía que puede transmitir cosas maravillosas.
Tiene una actitud muy sana frente a la muerte como final de la vida, aunque confusa respecto de lo que sucede después, ya que habla de "un tiempo de soledad, olvido y nada" pero al mismo tiempo confía en un renacimiento.
Me gusta pensar que, a pesar de todo, tiene una concepción afín respecto del amor, en algunos tramos. Coincido con él en el planteo de vivir intensamente.
Regodearse en las imágenes de algo que él no decodifica, muestra un espíritu lúdico y libre. También hay dos versos de clara rebeldía al comenzar la cuarta estrofa. Es un producto típico de su tiempo.
Es un texto un tanto extraño para el folklore.


Tiempo de Partir
Letra: Albérico Mansilla
Música: Eduardo Falú

Qué me puede importar, después de todo,
el trance de partir, si yo he logrado
llenar cada minuto transcurrido
con un claro vivir enamorado;
si la vida no fue, en definitiva,
sólo un motivo para haber amado.

Qué me puede importar el corto tiempo
que resta por vivir, si la jornada
tiene un punto final ya establecido
y la vida es la muerte demorada;
si hay un tiempo de amar, que ya he vivido,
y otro de soledad, olvido y nada...

(Estribillo)
Tras los cerros, de a poco,
como en lenta agonía,
dibujando ceibales
muere, lejano, el día...
Renacerá la luz, y nuevamente
cobrará su perfil la serranía.

Un tiempo de partir va señalando
la urgencia de vivir como yo quiera:
el rigor del invierno justifica
el ansia de gozar la primavera;
si no puedo encontrar la buena senda
prefiero equivocarme a mi manera...

Quiero quedarme, aún, cuando me vaya,
en la memoria de quienes me han querido,
en los versos triviales que repita
con su cantar algún desconocido;
o regresar en el perfil de un hijo
como ese amanecer que ha renacido...