lunes, 30 de septiembre de 2013

La muerte según Menapace

Mamerto Menapace escribe un cuento, publicado en El Paso y la Espera, que grafica su concepción de la muerte. Es una mirada netamente cristiana.+

Esto es el fin!
Cuando el pequeño se está gestando en el seno de su madre no es consciente de todo lo que vive. Pero vive. Y quizás en su futura vida recordará mucho más de lo que nos imaginamos.
Son nueve meses en los que hora a hora y día a día siente cómo adquiere una plenitud. Sus órganos se diferencian, su sensibilidad se afina, los grandes sistemas de su organismo comienzan a cumplir sus propias funciones. Aunque no lo sepa y no se lo pueda expresar a sí mismo, y menos aún a los demás, sin embargo se da cuenta de que algo se acerca. La plenitud siempre estalla en una nueva manera de existir. No hay plenitud que cristalice permaneciendo estática. Eso nunca sucede con la vida. Y todo ser vivo guarda en su memoria ancestral la experiencia de los pasos a esas nuevas etapas, mucho más plenas.
Pero el dolor y la angustia también están presentes. Allí donde la vida comienza un nuevo ciclo, se hace necesario que el anterior muera, se termine, se rompa para dar salida a lo que recién comienza. Y esto no se hace de una manera tranquila y lúcida. Se abandona lo conocido, se ingresa a lo misterioso. Se abandona la experiencia y se arriesga la esperanza.
Terminados sus nueve meses de gestación, la criatura presiente que algo va a suceder. Las contracciones se lo anuncian. Todo entra en la extraña situación de ruptura y pasaje. Finalmente sobreviene el parto para la madre que da a luz. Pero para el hijito la experiencia es muy diferente. Siente que se lo expulsa, obligándolo a abandonar lo familiar, lo conocido, lo seguro. Si pudiera expresarlo en palabras, quizá se diría angustiado a sí mismo:
- ¡Esto es el fin!
Sus padres y todos aquellos que aguardaban su venida saben muy bien que esto no es el fin absoluto. Es simplemente la conclusión de una etapa, y el comienzo de la verdadera vida. Es cierto que en el seno materno no se tenía frío, ni hambre, ni había clases sociales. Pero en este pasaje no se cae al vacío. Hay a su llegada un par de brazos paternos y senos maternos que lo aguardan para recibirlo.
Esta segunda etapa será inmensamente mejor. Ni el ojo vio, ni el oído oyó en el seno materno, lo que le estaba preparado para cuando sus padres pudieran expresarle lentamente su amor en un cara a cara. Allá fueron nueve meses. Ahora podrían ser noventa años. Antes fue solo el tiempo de crecer recibiendo. Comienza ahora el tiempo de compartir creciendo juntos al dar y al recibir. Etapa del ver, del sentir, del amar, del comunicarse y dar la vida para que otros vivan.
A los que estamos en esta segunda parte, cada día la vida nos anuncia que avanzamos hacia la angustia de un nuevo pasaje. Para los que gemimos en el seno materno de esta tierra, nos resulta incomprensible y no imaginable lo que habrá más allá. Igual como nos sucedió cuando se acercaba nuestro propio alumbramiento. Cuando se acerque nuestra segunda ruptura, puede ser que revivamos la vieja experiencia que celebramos en cada cumpleaños pero de la que recordamos sólo la alegría de nuestros padres. Ellos fueron quienes nos enseñaron a festejarla.
Pero nosotros si fuéramos sinceros, tendríamos que saber que aquello nos hizo exclamar, igual como lo hará ahora:
-¡Esto es el fin!
Los que esperan nuestra llegada, sonreirán sabiendo que sólo se trata de un comienzo doloroso y festivo. Nos esperan dos brazos de padre, para decirnos:
-¡Vengan, benditos, al Reino que les está preparado!
Ellos desde ya nos enseñan a festejar el acontecimiento, cuando recordamos su propio pasaje desde este rancho de barro hacia la morada eterna en los cielos.
La vida no se nos quita, somos invitados a vivirla en una nueva etapa.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Cosa e' mandinga

¿Qué se puede decir de semejante barbaridad?
Primero, se puede pensar que están fuera de época. Uno supone a estos jóvenes como idealistas, que se levantan contra el poder establecido. Pero ¿A quién intentan defender de la Iglesia? ¿A quién ataca la Iglesia? ¿A quién defiende? ¿A quién ofende?
A ningún poderoso. La Iglesia defiende a los más débiles, a los más pobres, a los más necesitados. Hoy más que nunca, bajo el pontificado del ex arzobispo porteño, el jmismo jesuita que puso tanto empeño en la refacción del templo que ayer atacaron estos jóvenes iluminados, la Iglesia ataca y denuncia a los más oscuros personeros del poder.
Por otra parte, ¿saben ellos lo que hacen o alguien les mete viejas ideas en la cabeza, que parecen tener más que ver con los tiempos que se van que con los que vienen?
Es evidente que el diablo metió la cola. En clave religiosa, es difícil verlo de otra manera.

Acusan a alumnos del Nacional Buenos Aires de realizar pintadas en una iglesia y quemar un banco

"La única iglesia que ilumina es la que arde", escribieron; además, el sacristán brindó detalles sobre los incidentes

La parroquia de San Ignacio de Loyola, la iglesia más antigua de la Ciudad de Buenos Aires, amaneció con pintadas por un ataque de vándalos que dejaron mensajes anarquistas e intentaron prender fuego un sillón. Según denunció el sacristán Alberto, los responsables del hecho serían algunos alumnos del Nacional Buenos Aires, ya que un túnel conecta a la iglesia con el colegio.
"La única iglesia que ilumina es la que arde" e "Hipócritas: ni Dios ni amo", fueron las pintadas que dejaron adentro de la iglesia, con pintura blanca, sobre el piso.
El sillón sacerdotal quemado fue arrojado sobre un banco. Pasadas las 9 no se podía ingresar a la iglesia, ubicada al lado del Colegio Nacional Buenos Aires.
"Cuando bajamos a abrir la iglesia encontramos humo y daños", indicó el sacristán a Crónica TV. También dijo que los agresores habrían entrado "por un túnel que hay del colegio para la iglesia".
"Ayer pusimos un candado nuevo y lo rompieron", sostuvo y agregó que el mismo día vieron "a dos chicos que salieron corriendo" en dirección al establecimiento educativo.
Esta mañana estuvieron el vicario general de Buenos Aires, monseñor Joaquín Sucunza, y el rector de la catedral, sacerdote Alejandro Russo, para evaluar los daños junto al párroco del templo, Francisco Baigorria.

LA IGLESIA MÁS ANTIGUA DE LA CIUDAD

La iglesia de San Ignacio se remonta a la llegada de los primeros jesuitas a Buenos Aires, en época del gobierno de Hernandarias. La primera construcción estuvo emplazada en la hoy Plaza de Mayo y bajo la advocación de Nuestra Señora de Loreto, pero en 1610, al ser beatificado el fundador de la Compañía de Jesús, fue rebautizada como San Ignacio de Loyola.
En 1661, por razones de seguridad y defensa del fuerte de la ciudad, los jesuitas abandonaron la construcción de Plaza de Mayo y se trasladaron al solar delimitado por las actuales calles Perú, Bolívar, Alsina y Moreno, propiedad de una hacendada mujer que había enviudado sin hijos.
El templo actual data de 1675, cuando se inauguró la segunda iglesia, también de adobe. El templo hoy afectado tiene más de 300 años de antigüedad. En 1942 fue declarado Monumento Histórico Nacional. El 16 de junio de 1955, el edificio fue atacado por simpatizantes del presidente Juan Domingo Perón, quienes también incendiaron la Curia Eclesiástica y otras nueve iglesias de Buenos Aires..

sábado, 21 de septiembre de 2013

Algunas claves para leer a Francisco

Es notable lo que le ha costado a algunos periodistas entender a Jorge Bergoglio. Aún cuando el ahora Santo Padre sorprendió a todos con sus actitudes y con sus declaraciones, que no han cambiado casi en nada respecto cuando estaba en Buenos Aires, hay gente inteligente se niega a reconocer su error.
No obstante, vale la pena consignar esta vez la nota de Washington Uranga, uno de esos grandes periodistas.

Algunas claves para leer a Francisco


La extensa entrevista que el papa Francisco concedió al sacerdote Antonio Spadaro, director de la Civiltà Cattolica (la versión completa en español puede leerse en
http://www.razonyfe.org/images/stories/Entrevista_al_papa_Francisco.pdf
), para ser publicada en las revistas de los jesuitas en todo el mundo, no sólo ofrece más elementos que permiten comprender el rumbo que Bergoglio le quiere dar a la Iglesia Católica sino que ratifica otro modo de comunicación del pontífice con la sociedad y con su propia comunidad, y vuelve a sorprender a propios y extraños con algunas definiciones.

 Por Washington Uranga

El texto es un verdadero documento de casi treinta páginas obtenido a lo largo de tres jornadas que totalizaron más de seis horas de diálogo entre el periodista y el Papa. Hay novedades que hablan de las aperturas que Francisco quiere hacer en la Iglesia, pero siempre cuidando de no moverse un ápice de los cauces ortodoxos de la doctrina y la moral católicas. Las “audacias” de Bergoglio, si es que así se pueden denominar, tienen que ver con sus gestos, su disposición al diálogo y, fundamentalmente, con su insistencia en que la religión y, por lo tanto, la Iglesia Católica, tienen que ayudar a las personas a vivir mejor, aportando sus valores y puntos de vista, pero sin obligar y sin constituirse en juez y árbitro. Esa es, quizás, una de las diferencias más importantes entre el “Bergoglio cardenal” y el “Bergoglio Papa”.
“Dios nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal”, sostuvo el Papa para decir que “no podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual y al uso de anticonceptivos. Es imposible”. Francisco no reniega de la doctrina, pero pretende, al menos por el momento, dejar estas discusiones en segundo plano: “Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre el peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio”, dice con gran cuota de realismo. En el mismo sentido señala que las consecuencias morales deben venir después del anuncio positivo del Evangelio y de la salvación. Y redobla la apuesta: “Un cristiano restauracionista, legalista, que lo quiere todo claro y seguro, no va a encontrar nada (...). Aquel que hoy buscase siempre soluciones disciplinarias, el que tienda a la ‘seguridad’ doctrinal de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, posee una visión estática e involutiva, y así la fe se convierte en una ideología entre tantas otras”. También conoce el riesgo de las divisiones: “Tenemos que caminar unidos en las diferencias: no existe otro camino para unirnos”.
A pesar de que Spadaro, el entrevistador, sostiene que “es obvio que el papa Francisco está más acostumbrado a la conversación que a la cátedra”, es evidente que al hablar, también en este caso, Bergoglio no pierde de vista que lo que diga tendrá impacto, y para abordar algunos temas conflictivos sigue utilizando el lenguaje ambiguo que tantas veces se le criticó en la Argentina. En eso es fiel a su estilo de siempre. Allá y aquí. Así deja librada la interpretación a sus audiencias, pero al mismo tiempo abre caminos, promueve el debate y, por añadidura, tiene la posibilidad de medir reacciones, de observar alineamientos para, llegado el caso, volver a arremeter. “Soy despierto, sé moverme”, confiesa. Aunque compensa con algo difícil de comprobar: “Al mismo tiempo soy bastante ingenuo”.
Bergoglio se declara “pecador”, reconoce errores históricos en su forma de conducción, pero sostiene que “jamás he sido de derechas”. Con habilidad utiliza la autocrítica para introducir el valor de la consulta y de las responsabilidades compartidas en el gobierno de la Iglesia. Esta es otra de las líneas de acción que Francisco eligió para su pontificado, que ratifica ahora y que puede conducir a una gestión más colegiada de la Iglesia, que podría desembocar en la convocatoria a sínodos especiales e incluso a un concilio. Bergoglio dijo ahora que hay que encontrar la manera de que estas instancias de consulta sean “menos rígidas” porque “deseo consultas reales, no formales”. La colegialidad episcopal en la Iglesia se abrió camino tras el Concilio Vaticano II y el papa Pablo VI la impulsó decididamente. Con Juan Pablo II, y luego con Benedicto XVI, las conferencias episcopales perdieron peso, y la conducción se hizo cada vez menos participativa y más centrada en la burocracia eclesiástica vaticana.
Otra de las afirmaciones que llaman la atención es aquella que en el lenguaje político podría traducirse como “el pueblo no se equivoca”. Francisco dice que “el pueblo es sujeto” y que “el conjunto de fieles es infalible cuando cree y manifiesta esa infalibilidad suya al creer”. ¿Quiere decir el Papa que tanto él como los obispos deben prestar más atención al pueblo en su forma de vivir la fe y en sus prácticas religiosas que a los mismos teólogos? Así parece. Insiste en que “hay que preguntar al pueblo” y no solamente a la “parte jerárquica” (los obispos) de la Iglesia. Y retoma la idea de la Iglesia entendida como “la casa de todos, no una capillita en la que cabe sólo un grupito de personas selectas”, ni “un nido protector de nuestra mediocridad”. Muchos obispos, también argentinos, deben sentir en este momento que el Papa está golpeando en sus puertas.
Lo afirmado le sirve para trazar un perfil de los obispos: “misericordiosos” que se hacen “cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que las lava, limpia y consuela”, que sean “pastores y no funcionarios ‘clérigos de despacho’”. En otro momento dijo que quiere una “Iglesia pobre”, y a obispos “con olor a oveja” y no príncipes.
Ahora agrega que “cuando se habla de los problemas sociales, una cosa es reunirse a estudiar el tema de la droga de una villa miseria, y otra cosa es ir allí, vivir allí y captar el problema desde adentro y estudiarlo”. Porque “no se puede hablar de pobreza si no se la experimenta, con una inserción directa en los lugares en los que se vive esa pobreza”.
En síntesis, Francisco define una Iglesia Católica protagonista y servidora de la sociedad, pero al mismo tiempo abierta al diálogo y aceptando las diferencias, dentro y fuera de sus fronteras. Y exige que los “funcionarios” eclesiásticos estén al servicio y presentes en el medio del pueblo, abiertos a escuchar antes que imponer normas morales o doctrinales. Es el papa Francisco de hoy que, sostienen algunos, podría haber polemizado con el cardenal Bergoglio de ayer.+

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Presentan la Guía de Lugares de Culto porteña

BUENOS AIRES,  lunes 16 Sep 2013 (AICA).- El miércoles 18 de septiembre, a las 18.30, en el Salón Dorado de la Legislatura porteña (Perú 160, 1º Piso), la Dirección General de Cultos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires presentará el libro “Guía de Lugares de Culto de la Ciudad de Buenos Aires. Tomo I”. 

Esta publicación es un relevamiento exhaustivo de los lugares de culto que existen en las Comunas 1, 2, 3 y 4, y tiene como objetivo “acercar a vecinos y turistas este valor agregado del que goza la Ciudad y que da testimonio del esfuerzo que cada comunidad religiosa realizó para poder tener su espacio físico como así también de la importancia de poder vivir en un país y en una ciudad donde prevalecen la paz y la libertad religiosa”. 

Disertarán en la presentación el doctor Alfredo Abriani, director general de Cultos porteño, el profesor Eduardo Lazzari y la fotógrafa Amalia Retamozo. 

Asimismo, al finalizar la presentación, se inaugurará una Muestra Fotográfica de Lugares de Culto de la Ciudad de Buenos Aires que cuenta con 32 imágenes que muestran parroquias, iglesias, templos, mezquitas y sinagogas, destacando su arquitectura y testimoniando parte de nuestra identidad porteña. 

Informes: (011) 4323-9434 o bien escribir a cultos@buenosaires.gob.ar .+

lunes, 16 de septiembre de 2013

Carta a un No Creyente

Texto completo de la carta del Papa al director del diario 'La Repubblica' publicada por este importante diario italiano, traducida al idioma español  del original italiano por José Antonio Varela V y difundida por la Agencia zenit.org

Apreciado doctor Scalfari:

Es con profunda cordialidad que al menos a grandes líneas quisiera tratar de responder a la carta que, desde las páginas de La Repubblica, se ha querido dirigir a mí el 7 de julio con una serie de reflexiones personales, que luego ha enriquecido en las páginas del mismo diario el 7 de agosto. Le agradezco, en primer lugar, por la atención con la que leyó la encíclica Lumen Fidei. La cual en la intención de mi amado predecesor, Benedicto XVI, que la concibió y escribió gran parte, y la que con gratitud, heredé, se dirige no solo a confirmar en la fe en Jesucristo a aquellos que en aquella ya se reconocen, sino también para despertar un diálogo sincero y riguroso con los que, como Usted, se define "un no creyente por muchos años, interesado y fascinado por la predicación de Jesús de Nazareth".

Por lo tanto, creo que es muy positivo, no solo para nosotros individualmente, sino también para la sociedad en la que vivimos, detenernos para dialogar de algo tan importante como es la fe, que se refiere a la predicación y a la figura de Jesús. Creo que hay, en particular, dos circunstancias que hacen que este diálogo sea hoy sea un deber y algo valioso.

Como se sabe, uno de los principales objetivos del Concilio Vaticano II, querido por el papa Juan XXIII y por el ministerio de los papas, es la sensibilidad y contribución que cada uno desde entonces hasta ahora ha dado según el patrón establecido por el Concilio. La primera de las circunstancias -como se recuerda en las páginas iniciales de la Encíclica- deriva del hecho que a lo largo de los siglos de la modernidad , se produjo una paradoja: la fe cristiana, cuya novedad e incidencia sobre la vida del hombre desde el principio han sido expresados precisamente a través del símbolo de la luz, a menudo ha sido calificada como la oscuridad de la superstición que se opone a la luz de la razón. Así entre la Iglesia y la cultura de inspiración cristiana, por una parte, y la cultura moderna de carácter iluminista, por la otra, se ha llegado a la incomunicación. Ahora ha llegado el momento, y el Vaticano II ha inaugurado justamente la estación, de un diálogo abierto y sin prejuicios que vuelva a abrir las puertas para un serio y fructífero encuentro.

La segunda circunstancia, para quien busca ser fiel al don de seguir a Jesús en la luz de la fe, viene del hecho de que este diálogo no es un accesorio secundario de la existencia del creyente: es en cambio una expresión íntima e indispensable. Permítame citarle una afirmación en mi opinión muy importante de la Encíclica: visto que la verdad testitimoniada por la fe es aquella del amor -subraya- «está claro que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; por el contrario, la verdad lo hace humilde, consciente de que, más que poseerla nosotros, es ella la que nos abraza y nos posee. Lejos de ponernos rígidos, la seguridad de la fe nos pone en camino, y hace posible el testimonio y el diálogo con todos» ( n. 34 ). Este es el espíritu que anima las palabras que le escribo.

La fe, para mí, nace de un encuentro con Jesús. Un encuentro personal, que ha tocado mi corazón y ha dado una dirección y un nuevo sentido a mi existencia. Pero al mismo tiempo es un encuentro que fue posible gracias a la comunidad de fe en la que viví y gracias a la cual encontré el acceso a la sabiduría de la Sagrada Escritura, a la vida nueva que como agua brota de Jesús a través de los sacramentos, de la fraternidad con todos y del servicio a los pobres, imagen verdadera del Señor.

Sin la Iglesia –créame--, no habría sido capaz de encontrar a Jesús , mismo siendo consciente de que el inmenso don que es la fe se conserva en las frágiles odres de barro de nuestra humanidad. Y es aquí precisamente, a partir de esta experiencia personal de fe vivida en la Iglesia, que me siento cómodo al escuchar sus preguntas y en buscar, junto con Usted, el camino a través del cual podamos, quizás, comenzar a hacer una parte del camino juntos.

Perdóneme si no sigo paso a paso los argumentos propuestos por usted en el editorial del 7 de julio. A mí me parece más fructífero -o por lo menos es más agradable para mí- ir de una determinada manera al corazón de sus consideraciones. No entro ni siquiera en el modo de exposición seguida por la Encíclica, en la que Usted advierte la falta de una sección dedicada específicamente a la experiencia histórica de Jesús de Nazareth.

Observo únicamente, para empezar, que un análisis de este tipo no es secundario. Se trata de hecho, siguiendo después la lógica que guía el desarrollo de la Encíclica, de centrar la atención sobre el significado de lo que Jesús dijo e hizo, y así, en última instancia, de lo que Jesús fue y es para nosotros. Las cartas de Pablo y el evangelio de Juan, a los que se hace especial referencia en la Encíclica, se construyen, de hecho, en el sólido fundamento del ministerio mesiánico de Jesús de Nazaret, que llegan a su auge resolutivo en la pascua de muerte y resurrección. Así es que, es necesario confrontarse con Jesús, diría yo, en la realidad y la rudeza de su historia, así como se nos relata sobre todo en el Evangelio más antiguo, el de Marcos.

Observamos entonces que el «escándalo» que la palabra y la práctica de Jesús causan alrededor de él, derivan de su extraordinaria «autoridad»: una palabra, ésta, atestiguada desde el Evangelio de Marcos, pero que no es fácil reportar bien en italiano. La palabra griega es «exousia», que literalmente se refiere a lo que «viene del ser», de lo que es. No se trata de algo externo o forzado, sino de algo que emana de su interior y que se impone por sí mismo. Jesús realmente golpea, confunde, innova -como él mismo dice- a partir de su relación con Dios, llamado familiarmente Abbà, lo que le da a esta «autoridad» para que él la emplee a favor de los hombres.

Así, Jesús predica «como quien tiene autoridad», cura, llama a sus discípulos a seguirle, perdona... cosas todas que en el Antiguo Testamento, son de Dios y solo de Dios. La pregunta que más retorna en el Evangelio de Marcos es: «¿Quién es este que ...?» , y que tiene que ver con la identidad de Jesús, nace de la constatación de una autoridad diferente a la del mundo, una autoridad que no tiene la intención de ejercer el poder sobre los demás, sino para servir , para darles la libertad y la plenitud de la vida. Y esto al punto de jugarse la propia vida, hasta experimentar la incomprensión, la traición, el rechazo; hasta ser condenado a muerte, hasta caer en el estado de abandono sobre la cruz.

Pero Jesús se mantuvo fiel a Dios hasta el final. Y es precisamente entonces --como exclama el centurión romano al pie de la cruz, en el Evangelio de Marcos--, cuando Jesús se muestra, paradójicamente, ¡como el Hijo de Dios! Hijo de un Dios que es amor y que quiere, con todo su ser, que el hombre, cada hombre, se descubra y viva también él como su verdadero hijo. Esto, para la fe cristiana, está certificado por el hecho de que Jesús ha resucitado: no para demostrar el triunfo sobre aquellos que lo han rechazado, sino para dar fe de que el amor de Dios es más fuerte que la muerte, que el perdón de Dios es más fuerte que todo pecado , y que vale la pena emplear la propia vida, hasta el final, para dar testimonio de este gran regalo.

La fe cristiana cree que esto: que Jesús es el Hijo de Dios que vino a dar su vida para abrir a todos el camino del amor. Por lo tanto tiene razón, querido doctor Scalfari , cuando ve en la encarnación del Hijo de Dios la piedra angular de la fe cristiana. Tertuliano escribía: «caro cardo salutis», la carne (de Cristo) es la base de la salvación. Porque la encarnación, es decir, el hecho de que el Hijo de Dios haya venido en nuestra carne y haya compartido alegrías y tristezas, triunfos y derrotas de nuestra existencia, hasta el grito de la cruz, experimentando todo en el amor y en la fidelidad al Abbà, testimonia el increíble amor que Dios tiene respecto a cada hombre, el valor inestimable que le reconoce. Cada uno de nosotros, por lo tanto, está llamado a hacer suya la mirada y la elección del amor de Jesús, para entrar en su manera de ser, de pensar y de actuar. Esta es la fe, con todas las expresiones que se describen puntualmente en la Encíclica.

Siempre en el editorial del 7 de julio, Usted me pregunta también cómo entender la originalidad de la fe cristiana, ya que esta se basa precisamente en la encarnación del Hijo de Dios, en comparación con otras creencias que giran en trono a la absoluta trascendencia de Dios. La originalidad, diría yo, radica en el hecho de que la fe nos hace partícipes, en Jesús, en la relación que Él tiene con Dios, que es Abbà y, de este modo, en la la relación que Él tiene con todos los demás hombres, incluidos los enemigos, en signo del amor.

En otras palabras, la filiación de Jesús, como ella se presenta a la fe cristiana, no se reveló para marcar una separación insuperable entre Jesús y todos los demás: sino para decirnos que , en Él, todos estamos llamados a ser hijos del único Padre y hermanos entre nosotros. La singularidad de Jesús es para la comunicación, y no para la exclusión. Por cierto, de aquello se deduce también -y no es poca cosa-, aquella distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, que está consagrado en el «dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César», afirmada claramente por Jesús y en la que, con gran trabajo, se ha construido la historia de Occidente.

La Iglesia, por lo tanto, está llamada a diseminar la levadura y la sal del Evangelio, y por lo tanto, el amor y la misericordia de Dios que llega a todos los hombres, apuntando a la meta ultraterrena y definitiva de nuestro destino, mientras que a la sociedad civil y política le toca la difícil tarea de articular y encarnar en la justicia y en la solidaridad, en el derecho y en la paz, una vida cada vez más humana. Para los que viven la fe cristiana, eso no significa escapar del mundo o de la investigación de cualquier hegemonía , pero al servicio de la humanidad, a todo el hombre y a todos los hombres, a partir de la periferia de la historia y suscitando el sentido de la esperanza que impulsa a hacer el bien a pesar de todo y mirando siempre más allá.

Usted me pregunta también, al término de su primer artículo, qué debemos decirle a nuestros hermanos judíos sobre la promesa hecha a ellos por Dios: ¿acaso quedó en el vacío? Es esta -créame- una pregunta que nos desafía radicalmente, como cristianos, ya que con la ayuda de Dios, especialmente a partir del Concilio Vaticano II, hemos descubierto que el pueblo judío sigue siendo para nosotros, la raíz santa de la que germinó Jesús. También yo, en la amistad que he cultivado a lo largo de todos estos años con nuestros hermanos judíos, en la Argentina, muchas veces me cuestioné ante Dios en la oración, sobre todo cuando la mente se iba al recuerdo de la terrible experiencia de la Shoah. Lo que puedo decirle, con el apóstol Pablo, es que nunca ha fallado la fidelidad de Dios a su alianza con Israel y que, a través de las pruebas terribles de estos siglos, los judíos han conservado su fe en Dios. Y por esto, con ellos nunca seremos lo suficientemente agradecidos como Iglesia, sino también como humanidad. Ellos justamente perseverando en la fe en el Dios de la alianza los invitan a todos, también a nosotros cristianos, al estar siempre a la espera, como los peregrinos, del regreso del Señor y que por lo tanto, siempre debemos estar abiertos a Él y nunca cerrarnos ante lo que ya hemos alcanzado.

Llego así a las tres preguntas que me pone en el artículo del 7 de agosto. Me parece que, en los dos primeros, lo que le su corazón quiere es entender la actitud de la Iglesia hacia los que no comparten la fe de Jesús.

En primer lugar, me pregunta si el Dios de los cristianos perdona a los que no creen y no buscan la fe. Teniendo en cuenta que -y es la clave- la misericordia de Dios no tiene límites si nos dirigimos a Él con un corazón sincero y contrito, la cuestión para quienes no creen en Dios es la de obedecer a su propia conciencia. El pecado, aún para los que no tienen fe, existe cuando se va contra la conciencia. Escuchar y obedecerla significa de hecho, decidir ante lo que se percibe como bueno o como malo. Y en esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestras acciones.

En segundo lugar, Ud. me pregunta si el pensamiento según el cual no existe ningún absoluto, y por lo tanto ninguna verdad absoluta, sino solo una serie de verdades relativas y subjetivas, se trate de un error o de un pecado. Para empezar, yo no hablaría, ni siquiera para quien cree, de una verdad «absoluta», en el sentido de que absoluto es aquello que está desatado, es decir, que sin ningún tipo de relación. Ahora, la verdad, según la fe cristiana, es el amor de Dios hacia nosotros en Cristo Jesús. Por lo tanto, ¡la verdad es una relación! A tal punto que cada uno de nosotros la toma, la verdad, y la expresa a partir de sí mismo: de su historia y cultura, de la situación en la que vive, etc. Esto no quiere decir que la verdad es subjetiva y variable, ni mucho menos. Pero sí significa que se nos da siempre y únicamente como un camino y una vida. ¿No lo dijo acaso el mismo Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»? En otras palabras, la verdad es en definitiva todo uno con el amor, requiere la humildad y la apertura para ser encontrada, acogida y expresada. Por lo tanto, hay que entender bien las condiciones y, quizás, para salir de los confines de una contraposición... absoluta, replantear en profundidad el tema. Creo que esto es hoy una necesidad imperiosa para entablar aquel diálogo pacífico y constructivo que deseaba desde el comienzo de esta mi opinión.

En la última pregunta me interroga si, con la desaparición del hombre sobre la tierra, desaparecerá también el pensamiento capaz de pensar en Dios. Es verdad, la grandeza del hombre está en ser capaz de pensar en Dios. Y por lo tanto, en el poder vivir una relación consciente y responsable con Él.

Pero la relación es entre dos realidades. Dios -este es mi pensamiento y esta es mi experiencia, ¡y cuántos, ayer y hoy lo comparten!-, no es una idea, aunque sea un alto fruto del resultado del pensamiento del hombre. Dios es una realidad con la «R» mayúscula. Jesús lo revela -y tiene una relación viva con Él-, como un Padre de infinita bondad y misericordia. Dios no depende, por lo tanto, de nuestra forma de pensar. Y de otro lado, mismo cuanto terminará la vida del hombre sobre la tierra -y para la fe cristiana de todos modos, este mundo así como lo conocemos está destinado a tener un fin- el hombre no acabará de existir, y en una manera que nosotros no sabemos, tampoco el universo que fue creado con él. La Escritura habla de «cielos nuevos y tierra nueva» y afirma que, al final, en el dónde y en el cuándo, que está más allá de nosotros, pero hacia el cual, en la fe tendemos con deseo y espera, Dios será «todo en todos».

Estimado doctor Scalfari, concluyo así mis reflexiones, suscitadas por lo que ha querido decirme y preguntarme. Acójalas como una respuesta tentativa y provisional, pero sincera y confiada, con la invitación que le hice de andar una parte del camino juntos. La Iglesia, créame, a pesar de todos los retrasos, infidelidades, errores y pecados que haya cometido y todavía pueda cometer en los que la componen, no tiene otro sentido ni propósito que no sea vivir y dar testimonio de Jesús: Él que fue enviado por el Abbà «para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc. 4, 18-19).

Con fraternal cercanía,

Francesco

Roma, 11 de septiembre de 2013