lunes, 16 de marzo de 2020

No temerás


El sermón del último domingo de Mons. Fernando Cavaller en la Iglesia N. S. de Luján, en Punta Chica, merece ser leído. Por eso lo transcribo:

3er domingo de Cuaresma (A) - 2020     

El Señor es nuestrio refugio y fortaleza

Dice el Salmo 90: “No temerás la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidémica que devasta a mediodía…porque hiciste del Señor tu refugio, tomaste al Altísimo por defensa”.
Sí. Junto con la peste se extiende el temor entre la gente. El temor a contagiarse. El temor a morir. El virus del miedo. Esto es propio de nuestra naturaleza humana. Pero el salmo, precisamente en esta situación, nos señala a Dios como refugio y defensa. Es decir, que el temor natural hay que acompañarlo y superarlo con otro temor. Se trata del santo temor de Dios, que es uno de los dones del Espíritu Santo, y que significa ponerse delante de la majestad de Dios, someterse a su voluntad, y alejarse de todo lo que pueda desagradarle, es decir una conversión a Dios, donde precisamente lo que se teme es perder a Dios, ofender a Dios, perder la Salud que viene de Él. Es un temor que brota del amor a Dios. Y entonces nos damos cuenta que Él es nuestro refugio y defensa contra todo mal. Es decir, produce en nosotros un profundo sentimiento de humildad.
Esto es lo que debiera surgir también en una situación como la que vive el mundo frente al mal del virus. El orgullo que impera en la actualidad en el mundo, donde Dios es irrelevante para el progreso y la solución de los problemas, queda abatido frente a la inesperada irrupción de un virus microscópico que atenta contra la vida. De hecho, el mundo parece haber colapsado. La tecnología y el avance de la ciencia y la medicina ayudan y las precauciones son necesarias, en el marco de una solidaridad general para evitar la difusión del mal. Pero este esfuerzo debe estar acompañado de la fe en Dios, del aumento de oraciones y peticiones, y del ofrecimiento de todos los sacrificios, voluntarios e involuntarios. Es el momento de profundizar nuestra fe en la Providencia divina, y recordar que todo está en sus manos, de principio a fin, toda nuestra vida. La disminución de actividades y movimientos, el aislamiento, sea de precaución o para curar el mal, tiene que ser una oportunidad para elevar nuestra alma a Dios, que la ha creado unida a nuestro cuerpo. 
En este sentido, desde que Cristo entró en el mundo, la Iglesia de sus discípulos se ha preocupado del ser humano sin separar cuerpos de almas, ni almas de cuerpos, en la medida en que aún el cuerpo que es mortal y muere en algún momento, con o sin pandemias, está llamado a resucitar como el de Cristo. De aquí ha brotado desde el principio de la historia de la Iglesia, y en todas las épocas hasta hoy, no sólo cuidarse del contagio sino la caridad de cuidar a los enfermos. Esto está registrado precisamente en la historia de pestes que azotaron el mundo. En los primeros siglos las hubo, y los cristianos se distinguían de los paganos del imperio romano por cuidar y sanar a los enfermos, como en la peste antonina del siglo II en tiempos de Marco Aurelio, que devastó Roma y se extendió por toda Italia y la Galia. Luego vino la peste en tiempos de Justiniano que mató a más de 600.000 personas. En la edad media fue la peste negra o bubónica del siglo XIV que en algunos sitios mató a dos tercios de la población europea. Aparecieron luego la viruela, el cólera del siglo XIX, la fiebre amarilla, la malaria, la fiebre española inmediatamente a la primera guerra mundial con la que entre 1918 y 1920 murieron entre 50 y 100 millones de personas, entre ellas los dos pastorcitos de Fátima. Y así podríamos continuar con esta historia de horror. Sin embargo, en todos estos casos, la fe, la esperanza y la caridad cristiana aumentaron de modo visible y concreto. 
Se celebraban misas especiales, procesiones con el Santísimo, y se ofrecían rogativas y penitencias como en los casos de terremotos y tormentas. Estuvo también el ejemplo de grandes santos como San Carlos Borromeo, Arzobispo de Milán, durante la epidemia de 1576, que atacó allí y en el norte de Italia, como el virus de hoy. «Ante la ausencia de las autoridades locales, organizó los servicios sanitarios, fundó y renovó hospitales, consiguió dinero y víveres y decretó medidas preventivas. Ante todo, hizo las diligencias para proporcionar socorro espiritual, asistencia a los enfermos, sepultura a los muertos y la administración de los sacramentos a los habitantes de la ciudad, que estaban confinados en su casa, entre otras medidas preventivas. Sin temor al contagio, sufragó personalmente los gastos visitando hospitales, encabezando procesiones de penitencia y haciéndose todo a todos como un padre y verdadero pastor». San John Henry Newman, siendo ya sacerdote católico después de su conversión, fue llamado por el obispo para que enviara a dos de sus sacerdotes oratorianos para ayudar en una zona de Inglaterra azotada por el cólera; fue él mismo, poniéndose en riesgo de contagio. Tenemos, además, todas las congregaciones fundadas en los últimos siglos para cuidar enfermos, como la de San Camilo de Lelis, o las Hermanas de la Caridad de Santa Teresa de Calcuta. Los ejemplos son interminables. 
Y es que la fe en la vida eterna que responde a la revelación de Jesucristo y es esencial al ser y a la misión salvífica de la Iglesia, ha estado siempre presente. Si ahora, a causa de la crisis actual en la Iglesia, disminuyera y no actuara en esta situación de peligro, no sería fiel a Cristo.  La Iglesia ha actuado siempre, no copiando las actitudes del mundo que sólo consideran el presente terrenal, ni tan sólo las medidas sanitarias oficiales, sino que ha mantenido la visión propia de la fe. Como han hecho los obispos de Polonia, si el contacto en las iglesias parece un riesgo, que se multipliquen las misas para que haya menos gente en cada una. Pero cerrar todas las iglesias es un verdadero escándalo. En Roma se han vuelto a abrir después de la decisión que las había cerrado.  ¿Cómo no ofrecer el ámbito propio de oración y súplicas, y separar a los fieles de los sacramentos de salvación, precisamente en una situación de peligro como ésta? Ni hace falta indicarlo.  
Como sea, la Providencia de Dios nos hace vivir una Cuaresma especial, que incluye penitencias no buscadas, y pide un aumento significativo de oración, de espíritu de sacrificio y de caridad. Es un tiempo que debe ayudar a considerar con mayor profundidad qué es el hombre, quienes somos en realidad, cuál es nuestro origen y nuestro fin, no sólo natural sino sobrenatural. No hay que caer en la histeria o paranoia, que desgraciadamente provocan los medios, aunque no se lo propongan, con su información al minuto. Hay que tomar las precauciones del caso, pero a la vez hay que buscar más a Jesús. Él ofrece hoy a la samaritana el “agua viva”, que es Él mismo. Aquella mujer volvió cambiada después del encuentro con Él. Volvió curada. Si nos ha redimido en la cruz del virus universal del pecado, que también es mortal, puede librarnos de los males corporales, como lo muestran sus milagros en el evangelio, y los que hicieron sus apóstoles y los santos posteriores al curar enfermedades y detener pestilencias a lo largo de los siglos. Estemos tranquilos y pongámonos en las manos del Señor, tanto los que viven el aislamiento obligado de una cuarentena, como todos los demás que temen el contagio. Vivamos a fondo esta “cuarentena” como “Cuaresma” cristiana: la palabra es la misma. La Pascua llegará, y Jesús nos salvará. Que nadie caiga en la tentación de decir, como aquellos hebreos en el desierto del éxodo que hoy relata la primera lectura: “¿Está el Señor entre nosotros o no?
El Señor nos responde hoy con el salmo 90, que cité al comienzo: “No temerás la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidémica que devasta a mediodía…porque hiciste del Señor tu refugio, tomaste al Altísimo por defensa”.


1. Tú que vives al amparo del Altísimo y resides a la sombra del Todopoderoso, 
2. di al Señor: "Mi refugio y mi baluarte, mi Dios, en quien confío". 
3. Él te librará de la red del cazador y de la peste perniciosa; 
4. te cubrirá con sus plumas, y hallarás un refugio bajo sus alas. 
 Su brazo es escudo y coraza. 
5. No temerás los terrores de la noche, ni la flecha que vuela de día, 
6. ni la peste que acecha en las tinieblas, ni la plaga que devasta a pleno sol. 
7. Aunque caigan mil a tu izquierda y diez mil a tu derecha, tú no serás alcanzado: 
8. Con sólo dirigir una mirada, verás el castigo de los malos, 
9. porque hiciste del Señor tu refugio y pusiste como defensa al Altísimo. 
10. No te alcanzará ningún mal, ninguna plaga se acercará a tu carpa, 
11. porque él te encomendó a sus ángeles para que te cuiden en todos tus caminos. 
12. Ellos te llevarán en sus manos para que no tropieces contra ninguna piedra; 
13. caminarás sobre leones y víboras, pisotearás cachorros de león y serpientes. 
14."Él se entregó a mí, por eso, yo lo libraré; lo protegeré, porque conoce mi Nombre; 
15. me invocará, y yo le responderé. Estaré con él en el peligro, lo defenderé y lo glorificaré; 
16. le haré gozar de una larga vida y le haré ver mi salvación".


Salmo 90 (91), del Libro del Pueblo de Dios

Foto: Un Eposidio de la Fiebre Amarilla, por Juan Manuel Blanes

domingo, 8 de marzo de 2020

Palabras de Ojea hoy en Luján


Homilía de Monseñor Oscar V. Ojea
Obispo de San Isidro y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina

En este tiempo de Cuaresma que nos llama a la conversión del corazón preparándonos para la Pascua, hemos sido convocados por nuestra Madre de Luján, Patrona del Pueblo Argentino.
Venimos desde diversos rincones de la Patria, para ponernos bajo su mirada con la confianza y la esperanza de los hijos.
Vivimos una situación extremadamente delicada.
Hoy nuestro país tiene altos niveles de pobreza e indigencia. Para dar solo un dato en Argentina hay por lo menos 4.400 villas o barrios precarios. En ellos casi la mitad de sus habitantes son niños, niñas y adolescentes que necesitan alimentarse y nutrirse bien. Muchos de esos lugares no tienen agua potable y sabemos que el agua es salud.
Vivimos un tiempo donde es necesario discernir prioridades y no elegir temas que enfrenten a los ciudadanos de a pie de modo tal que esto atente contra la fraternidad y contra la posibilidad de tener un horizonte común como pueblo.
Sin fraternidad no hay pueblo. Es bueno hacer memoria de aquella estrofa de nuestro poema nacional que se ha convertido en lema y en programa “los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera”.
Si no hay fraternidad siempre habrá buitres dispuestos a rapiñar nuestro país.
En esta Eucaristía venimos a celebrar y a agradecer, unidos al sentir de tantas personas en el mundo en este día internacional de la mujer, la vida de tantas mujeres. Madres, abuelas, hermanas, amigas, compañeras de trabajo, de estudio, vecinas. Valoramos su presencia insustituible en las familias y celebramos el  lugar cada vez más amplio que tienen en nuestra sociedad.
Venimos a pedir por todas  las mujeres  para que se respete su vida, su integridad y sus derechos, superando todo tipo de exclusión.  Por eso hemos elegido como lema de este encuentro Eucarístico: Sí a las mujeres, sí a la vida.
Pero de un modo especial, queremos celebrar y agradecer, la cercanía y el compromiso de las mujeres con la vida. Esa vida amada entrañablemente por Dios cuyo amor se hace pleno y definitivo al tomar El mismo nuestra propia carne en el seno de María para bendecirla y acompañarla en todo su camino.
Ella acepta la vida en su regazo, con una fe totalmente abandonada en Dios, con un enorme coraje y una lúcida inteligencia.
Nosotros hemos tenido la dicha de conocer mujeres parecidas a Ella. Mujeres inteligentes y valientes que se juegan la vida día a día, esa vida que se anunció alguna vez en un embarazo no planeado, que tal vez no llega en el mejor momento  pero totalmente entregadas a acompañar ese nuevo ser que han recibido.
Millones de argentinos y argentinas, creyentes y no creyentes, tienen la profunda convicción de que hay vida desde la concepción y que una persona distinta de su madre va desarrollándose en su seno. Es injusto y doloroso llamarlos anti-derechos o hipócritas.
En realidad  valoramos y defendemos los derechos de toda vida y de cada vida. De toda mujer y de cada niño o niña por nacer.
Hacemos nuestras las palabras del Papa Francisco en la carta a los jóvenes sobre la defensa de la dignidad de las mujeres: “Una Iglesia viva puede reaccionar prestando atención a las legítimas reivindicaciones de las mujeres que piden más justicia e igualdad. Puede recordar la historia y recorrer una larga trama de autoritarismos de parte de los varones, de sometimiento y de diversas formas de esclavitud, de abuso y de violencia machista” (CHV 42).
Deploramos con todas las fuerzas de nuestro corazón la crueldad de los femicidios  y todo tipo de violencia y discriminación ejercida contra las mujeres. Condenamos el abuso en todas sus formas sexual, psicológico, y de poder, cualquiera sea el ámbito en el que se produzca, en la familia, en el trabajo, la escuela, en la calle y dolorosamente lo decimos también en la Iglesia. Renovamos en esta Eucaristía nuestro compromiso de desterrar de entre nosotros una cultura que pueda favorecer el encubrimiento y cualquier tipo de silencio cómplice ante este delito.
Pero  con la misma pasión con la que afirmamos esto último, decimos también que no es lícito eliminar ninguna vida humana como afirma nuestra Constitución Nacional. La violencia y la muerte son exactamente lo contrario del proyecto de Jesús. La vida es el primer derecho y sin él no puede darse ninguno más. Lo reclamamos para todos en cualquier edad o situación en la que se encuentre esa vida y de un modo especial para quien se halla  débil, desprotegido e indefenso.
El Santo Padre, en su encíclica Laudato Si´, nos invita a construir juntos una cultura del cuidado que se oponga al maltrato con el que esta cultura tecnocrática está castigando al planeta y a los pobres. Gracias a Dios, los jóvenes están creciendo en una sensibilidad nueva con respecto a la crisis socio ambiental a la que se encamina toda la humanidad.
Para lograr un sano equilibrio que sostenga nuestros ecosistemas no podemos descartar ninguna especie  vegetal  ni animal ya que todo está conectado y cada ser ´por minúsculo que sea  contribuye a la armonía del todo. Si por respeto a la biodiversidad no podemos descartar la riqueza enorme  de cada partícula de la naturaleza, cuanto más se aplica esto al respeto por la vida de cada ser humano por más pequeño que sea.
Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, nos dice el Papa emérito Benedicto (Caritas in Veritate 28), también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social.
Respecto de este tema y de todos los temas proponemos que el diálogo sea el camino de los debates sociales en nuestra argentina, que se puedan analizar la complejidad de las situaciones desde el respeto, el discernimiento y la razón y no desde la dialéctica emocional de quien se impone y silencia al que piensa y siente distinto. La descalificación y la estigmatización no hacen más que profundizar las divisiones entre los argentinos.
Con este espíritu apoyamos la implementación de una educación sexual verdaderamente integral que fomente y capacite la decisión libre de concebir una vida humana  respetando los idearios de las instituciones educativas como lo afirma la Ley actual.
Adherimos a una política que reconozca en la sociedad la igual dignidad de varones y mujeres profundizando en las causas de la violencia de género generando nuevas pautas de conducta y de respeto.
Acompañaremos todas las políticas sociales que favorezcan la atención a la mujer embarazada especialmente en situaciones de conflicto y de extrema vulnerabilidad.
Ya lo estamos haciendo en muchas de nuestras comunidades a través de los hogares del abrazo maternal y de otros espacios de atención a las mujeres.
El lema de este encuentro es Sí a las mujeres, Sí a la vida.
Ellas son las primeras maestras en el aprendizaje de una cultura del cuidado. Necesitamos que ellas nos enseñen a cuidar la vida don de Dios con el cual  tienen una cercanía privilegiada.
Lepedimos a nuestra Madre que nos enseñe una verdadera pedagogía del cuidado,  que nos preserve de la conciencia aislada e individualista y del deterioro de nuestros vínculos y que nos guíe por el camino de la fraternidad que es el camino del evangelio.
Que Ella nos enseñe a cuidar la vida.
 Amen.

viernes, 6 de marzo de 2020

La película de la vida


Human Life - The Movie es una bellísima producción sobre la vida humana que nadie se puede perder... de vivir, digo.

Varias veces he escuchado la recomendación de las Cien Películas que hay que ver antes de morir, o  similares. Este caso es al revés. Hay que ver esta película para volver a gustar de la vida misma; de vivir la propia vida como una aventura inigualable, trascendente, y como un don extraordinario que nadie puede experimentar a medias.
Se trata de un "documental que ilustra la verdadera belleza y el significado del don de la vida, aún en medio del sufrimiento y las dificultades". En setenta minutos hace un dulce repaso de las historias de un pintor tetrapléjico, del fundador de un hogar para niños abandonados y discapacitados, de un surfista que perdió las manos en un accidente, una ex medallista olímpico que ahora trabaja como consejero en un centro de crisis para embarazadas, la madre de un niño con síndrome de Down y de una sobreviviente del holocausto.
Como fue rodada en Italia, Brasil y Estados Unidos, tiene planos e imágenes maravillosos; la fotografía es delicada y la música hace un acompasamiento delicioso. La banda sonora fue compuesta e interpretada por el director brasilero Gustavo "Guto" Brinholi. "Todo el film lo hicimos con un equipo de dos personas", explicó Guto en la Avant Premiere que se proyectó esta mañana en el Cinemark de Palermo.
Es muy linda para ver en pantalla grande, pero también se podría ver en TV. Lo que la producción está intentando es que sea puesta en cartel. Para eso, explicaba hoy, viajará además a Rosario, Tucumán, San Juan; luego a Petrópolis, en Brasil, para retornar a la Italia en la que vive con su mujer.+