sábado, 14 de enero de 2023

Che, patrón



El género de memorias es uno de mis preferidos. Tener la posibilidad de conocer el pensamiento de un importantísimo hacendado correntino contemporáneo a sus 90 años es un privilegio.

José Antonio Ansola poseyó cientos de miles de hectáreas sumando sus distintas estancias, según surge del libro. Nació en 1914 y, con la colaboración de Magdalena Capurro ("el escribió, yo firmé", explica ella), hizo públicas sus consideraciones en 2004.

Su vida transcurrió básicamente en el campo. Sus reflexiones son camperas. Es maravilloso compartir con él sus sentimientos, reflexiones y observaciones. Pero piensa como empresario rural, y como católico; su religiosidad, tan rica como elemental, está muy presente en su vida y en el libro; sus ritos y su austeridad, que procuraron elevar su vida a la trasendencia.

La vida comunitaria a la que se refiere es a la que mantuvo desde chico con peones y capataces, cuando no vecinos o puebleros, a quienes considera más cercanos que a sus compañeros del Lasalle o a la gente de su nivel social de la urbe porteña. Sus peonadas, especialmente sus capataces, fueron familia para él. El "che" guaraní del título significa un mí; al igual los militares llaman a sus jefes "mi teniente".

El anecdotario es de fogón y está salpicado de historias que involucran a la guerra del Paraguay, las guerras mundiales y hasta un paseo a caballo con un joven capitan Juan Domingo Perón por el Tiro Federal, además de un nutrido concierto de imágenes y sonidos de la naturaleza.

Como narración es tal vez más extenso que lo necesario y repetitivo en su cotidianeidad. Pero es un inmenso manantial de vivencias que están a distancia de auto. No es una gran pieza literaria. Pero la riqueza esperitual de ese estanciero es algo que debe ser atendido.

Papá no era un gran intelectual. Fue un hombre de trabajo, que hizo de la actividad agropecuaria su segunda vida (la primera fue como arquitecto), merced a la herencia de mi abuela materna. Supo valorar la gauchesca vida de sus cuñados Grondona y de los primos de mamá, Pereyra Yraola. Tengo muy presente cuando leyó este libro y cuanto lo disfrutó. Este señor Ansola podría haber sido uno de sus tantos clientes suyos. Realizó más de mil obras, muchísimos ellos cascos de estancia como podrían ser los que poseyó Ansola. Desde su recomendación, este libro estaba en mi lista de pendientes.

Esta lectura fue un homenaje para todos esos que, como Ansola, le dieron tanto a nuestra querida Patria. Hay mucho que aprender de ellos.+)

domingo, 8 de enero de 2023

La razón de la felicidad


El 4 de diciembre de 2022, a los 91 años, murió Dominique Lapierre, que había sido corresponsal de Paris-Match y se convirtió luego en autor de numerosos best sellers en forma individual o en sociedad con Larry Collins. 
El primero que escribió sin su coautoría, en 1984, fue La Ciudad de la Alegría y era el único que tenía en casa, por lo que decidí leerlo en homenaje a este gran periodista fallecido y para conocer más sobre el otro gigante asiático.
Este libro sobre la solidaridad en la Ciudad de Calcuta se estructura en torno a la vida de una serie de personajes que convergen en un comité de ayuda mutua de una villa: un sacerdote francés, una enfermera assamesa, un campesino desplazado por la sequía y un médico judío norteamericano, entre otros.
La narración aborda una serie de hechos que acontecen en esa pobrísima barriada del centro de esa importante ciudad india, con un estilo ágil y dinámico.
Desde mi punto de vista deja dos grandes enseñanzas. En primer lugar, la trascendencia del dolor y de la desgracia humana. Con un notable conocimiento de la Fe católica -además de haberse documentado del hinduísimo y del Islam- y de la cultura india, Lapierre nos pasea por situaciones críticas y trágicas de manera tal de invitarnos a reflexionar sobre la manera en que afrontamos los percanes de la vida diaria en Occidente.
La otra lección tiene que ver con algo que se vivió en ese momento en forma muy intensa y que después ha mermado pero que continúa en forma contínua hasta niveles impensados: el éxodo rural. 
En los 70 que empujaron a todos esos campesinos indios a Calcuta, la Argentina vivió algo similar. "Tengo mis zapatos rotos/ y es de tanto caminar./ Lejos ya quedó mi pueblo./ Voy camino a la ciudad", cantaban Los Náufragos. "No te olvidés del pago si te vas pa'la ciudad", recomendaba Alfredo Zitarrosa, entre otros tantos artistas populares que le cantaron a la dolorosa partida de los hijos de la tierra.
Al igual que en nuestro país, esa gente se asentaba en las entonces llamadas villas miseria detrás de un sueño de prosperidad. La Ciudad de la Alegría es una de esas villas. Lo que cuenta Lapierre, con las obvias diferencias culturales y demográficas, pueden aplicarse a La Cava, la 31, Itatí o la Villa Azul, por nombrar a tantos barrios que engrosaron su población en ese tiempo en que la ciudad absorbió a la mano de obra desaocupada en el campo.
Tanto acá como allí pudo registrarse este fenómeno que no es ni puramente rural ni urbano. En donde la alegría o la felicidad se asienta en la caridad y en el modo con que se cumplía con las obligaciones, sacrificios y ritos religiosos, cualquiera sea la creencia.
Por eso, este libro tiene un valor documental de gran utilidad para analizar las últimas décadas de la Humanidad.+)