Con este sol...
Con motivo de la reciente desaparición física de Leonardo Favio, Radar de Página 12 publicó los mejores pasajes de una entrevista que Lucrecia Martel le realizó al mítico director de cine y músico argentino, de las que a su vez seleccionamos los pasajes que más le importan a este sitio, que son los que refieren a su concepción religiosa, su búsqueda de Dios, su concepto del diablo, su gusto por la liturgia y su consigna vital agustiniana:
Una de las escenas que más me conmueven del cine que he visto es cuando el Diablo le dice a Nazareno que está solo, que por favor hable con Dios. Lloro poco en el cine, pero esa escena me conmueve mucho.
–Creo que conmueve más por la gran interpretación de Alfredo, que le dio ese carácter. En cuanto a su soledad, yo la atribuyo a que el demonio es una cosa, algo que uno tiene instalado en la memoria, que uno tiene reposado en el corazón esperando la oportunidad para ponerse a joder, que es intangible, que existe dentro de uno mismo. También conmueve el personaje en sí. No debe haber un ser más solo en el universo. Un tipo que le vio la cara a dios, que es lo máximo a lo que uno puede aspirar y que después lo perdió todo.
Yo leí que a usted le gusta mucho leer la Biblia, el Antiguo Testamento, y para mí el Libro de Job es una lectura, diría, anual. El diablo de Nazareno me hace acordar a ese diablo en el Libro de Job, que le pide a Dios que ponga a prueba a Job, que lo castigue. Es un ser muy celoso. Me parece que se trata de una imagen del mal que es mucho más útil para el hombre. Un diablo solo y triste.
–Le estás dando una lectura muy linda, que no fue la intención original. Pero es hermoso que a la gente le pueda llegar de esa manera y, particularmente, a gente de tu sensibilidad.
Pero está en la película, no creo que sea un invento mío.
–Sí, está en la película, pero andá a saber cómo es realmente el demonio. Insisto en que es algo que está dormido adentro nuestro y que de repente abre un ojito... Hay mucho para explotar, y me atrevo a sugerírtelo si te interesa, del imaginario teológico. Desde hace milenios, desde el principio de los tiempos, son ellos los grandes especialistas de la puesta en escena.
La cuestión teológica siempre estuvo presente en su obra, desde el comienzo.
–No la teología en sí, me expresé mal, me refiero a la puesta en escena de los ritos. En rigor, en los internados en los que estuve, aunque era pequeño ya percibía cómo se dirigían a nosotros, cómo se ponían detrás de un púlpito para hablarnos, por ejemplo. Después, a los diez años, pasé fugazmente por Don Bosco, y ahí me fui dando cuenta de lo que era una puesta en escena. No te puedo explicar bien cómo. Pero observaba cómo se movían éste o aquel cura. Miraba cómo daban la misa uno y el otro. Cómo un cura llevaba la copa de una manera y otro de otra, cómo, en definitiva, el sermón de uno me llegaba más que el de otro. Había algunos muy buenos actores entre ellos. ¿Acaso existe alguna puesta en escena más maravillosa que cualquier misa o acto importante en el Vaticano? Mirá el gran actor que era Juan Pablo II. El de ahora no tiene tanta gracia, no está dotado. Pero esa estética a mí siempre me marcó, siempre me gustaron las estampitas, por ejemplo.
Todo Nazareno... parece una pinturita de estampitas.
–Es un tema en el que no se profundizó y que es muy lindo. Porque te permite volar... Y a veces es necesario volar. Yo estuve muy limitado por la técnica en esa época, pensá que fue hace 34 años. En un momento quería que salieran volando con una escoba y lo tuve que resolver poniéndolos en el agua. Pero todo eso es también algo que me acompaña desde mi más lejana niñez, cuando vivía en Luján de Cuyo con mi tía y con mi abuela.
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Se puede decir que usted es el único director que tiene a Dios en su equipo de trabajo. Me refiero sobre todo a lo que se fue dando, a la cantidad de cosas azarosas o aparentemente azarosas que lo fueron ayudando en su carrera.
–Sí. Soy un tipo de mucha, mucha suerte. Y sin ninguna duda que Dios está permanentemente a mi lado. A veces lo siento cuando estoy empantanado en un rodaje, cuando tengo la cámara y no sé qué hacer con ella –vos sabés bien lo doloroso que es eso–... Me aparto, y me quedo solo y la cosa simplemente viene.
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Vos decís que Dios asiste a los equipos que yo dirijo, pero también hay que saber buscarlo.
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No hay que preguntarse tanto. Siempre aplico la frase de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”.
¿Y qué pasa cuando se logra la emoción?
–La emoción, la alegría o lo que fuere se debe transmitir. Todo lo que pueda sacar de la imagen que estoy fotografiando es lo que voy a brindarme a mí y al público. O sea, ¿cómo nace y se concluye una película? Nace eligiendo materiales, los actores y todo aquello con lo que uno va a narrar la historia, pero ¿cuándo se termina esa historia? Cuando el espectador la capta en su cabeza y en su corazón, porque si no, tenés un proyector y una pantalla y fotografías que se suceden, pero tu película existe recién a partir de la aparición del espectador. El que termina tu obra es el espectador en su cerebro, en cada uno de sus cerebros.
Coincido completamente.
–Entonces, al ser así, tenés que brindarle todos los instrumentos necesarios para que esta persona la piense y la elabore. Si vos te guardás algo, primero que estás en pecado. No hay que guardarse nada. Todo lo que tenés no es tuyo. Después, que tengas talento o no lo tengas es otra cosa. Es cuestión de genes, de Dios, de lo que sea.
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¿Pero no hay un lugar en donde se junten todas las épocas, toda la gente, de manera desordenada, los amigos?
–En el amor. Amigos, realmente amigos, fueron los de mi niñez. Yo no tengo amigos. Tengo gente que quiero mucho, que me alegra ver. De lo más dispar. Me encanta charlar con Felipe Solá y de golpe me enamora estar con Horacio Verbitsky. Yo creo que ese lugar al que te referís es el amor o los recuerdos del amor, que se disparan como petardos y que no se pueden controlar. A esta altura de mi vida son sólo recuerdos, que con el tiempo uno los embellece.+
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