Ataraxia

Providencialmente anoche charlábamos con el capellán del Copello, Punta Chica, padre Fernando Cavaller, y un grupo de matrimonios de la capilla sobre las pasiones, según la mirada de Aristóteles y Santo Tomás.
Cavaller, el más destacado newmanólogo de habla hispana, enumeró las pasiones y nos explicó que frente a un bien uno puede sentir naturalmente amor, deseo y alegría, ante su experimentación en caso de percibir un bien hasta alcanzarlo, respectivamente, y odio, fuga y tristeza, si se trata de advertir un mal y tratar de esquivarlo hasta sufrirlo.
Estas pasiones son propias del apetito concuspiscible.
En cambio, en el irascible radican la esperanza y su opuesta, la desesperanza, si sentimos que nos dan las fuerzas para la lucha que implica superar los obstáculos para perseguir el bien; el miedo y la audacia, si se trata de evitar un mal, o la ira, que provoca la injusticia.
A diferencia del budismo, que busca la felicidad en evitar el sufrimiento, el cristianismo cree en asumir el dolor.
Cavaller nos decía que sentir las pasiones no está mal; al contrario, que es sano experimentarlas. Ahí juegan las virtudes morales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), para moderarlas pero nunca para destruirlas, ya que las pasiones son parte de nuestra humanidad, y las teologales (Fe, esperanza y caridad), para encausarlas y elevarlas.
Justamente en ese contexto nos explicó que la escuela antigüa que procuraba acallar las pasiones es la ataraxia. Que retrata el genial Tute en La Nación de hoy.+

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