El Papa Francisco pegó la vuelta
Jorge Bergoglio está de vuelta. La carta encíclica Fratelli Tutti trae el recuerdo de aquél Bergoglio que se hizo cargo del Arzobispado de Buenos Aires allá por 1998 y cuya verba caló finalmente en el corazón de los porteños.
El viejo jesuita viste nuevamente en esta oportunidad los andrajos del Poverello de Asís para manifestar su amistad con todos los seres humanos, por el sólo hecho de ser criaturas de Dios.
Podría creerse que el documento está pensado para los argentinos, pero al cabo de las páginas uno reconoce que los problemas que sufrimos aquí son los de la humanidad y responden a un cambio de época, a modificaciones culturales.
El texto apunta a acercar a las personas y a los pueblos, en un formato diferente al de la globalización; es decir, desde la propia identidad y cultura. Con acento en las propias raíces, pero enriquecidas por medio del intercambio, de la mezcla. Hay un sustrato de porteñidad en su alegato en favor de la hibridez.
Hay un serio cuestionamiento a la cuarentena. “Nadie puede pelear la vida aisladamente” (8), afirma. También es notable el permanente desafío a la autoridad de las voces científicas: “No puede admitirse que en el debate público sólo tengan voz los poderosos y los científicos” (275).
Es evidente que el documento empieza a ser escrito con el auge del terrorismo y del rechazo a la inmigración en Europa y en los Estados Unidos, pero que se termina de redactar en tiempos del Covid-19. “Las sombras de un mundo cerrado”, que es el título del primer capítulo, refiere a la cuestión de las fronteras nacionales pero también a la afectación que produce la pandemia.
Se refiere inicialmente a la destrucción de los sueños de integración continental, como el Europeo o la integración latinoamericana, en función del crecimiento de nacionalismos cerrados. “La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos”, cita a Benedicto XVI. “Estamos más solos que nunca en este mundo masificado” concluye Francisco (12).
“Lo que sucede es que la soledad enflaquece, resultando así más una condición de soledad, de pura autonomía para pertenecer a alguien o a algo, o sólo para poseer y disfrutar” (103), ya que la libertad debe estar orientada al amor. “El individualismo radical es el virus más difícil de vencer” (105).
Es muy crítico en cuanto a la virtualidad de las relaciones, puesto que obstaculizan el desarrollo de las relaciones interpersonales auténticas. “ Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana” (43).
“Se opera un mecanismo de selección y se crea el hábito de separar inmediatamente lo que me gusta de lo que no me gusta, lo atractivo de lo feo. Con la misma lógica se eligen las personas con las que uno decide compartir el mundo” (47).
“La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad”, afirma, y pondera el mecanismo de escucha activa, así como el diálogo. “El cúmulo abrumador de información que nos inunda no significa más sabiduría” (50).
“Renunciemos a la mezquindad y al resentimiento de los internismos estériles, de los enfrentamientos sin fin” (78).
“Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás (...) La vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad (...); no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: estas actitudes prevalece la muerte” (87). “Pero no puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a la propia familia” (89).
“Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura” (95).
El abandono de la tradición de los pueblos es objeto de lamentación ya que “pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, política y económica”.
“La mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores. Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho de existir y de opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos”. (15)
Si bien es crítico de la política que manipula mediante las recetas de marketing (15) también es muy duro con el populismo. Critica el descarte social de pobres, discapacitados, ancianos y no natos, pero también señala que el hecho de la falta de hijos en la sociedad y al envejecimiento de la población “es un modo sutil de expresar que todo termina en nosotros” (19).
La emigración es una de sus preocupaciones, aunque distingue entre los que se sienten obligados a hacerlo y los que buscan mejores oportunidades. En ambos casos lamenta el desarraigo cultural y religioso que eso provoca en el migrante y en su sociedad, que “pierden los elementos más vigorosos y emprendedores” (38).
“Lo ideal sería evitar las inmigraciones innecesarias y para ello el camino es crear en los países de origen la posibilidad efectiva de condiciones para vivir y crecer con dignidad” (129). “No existe peor alienación que experimentar que no se tienen raíces, que no se pertenece a nadie. Una tierra será fecunda, un pueblo dará fruto, y podrá engendrar el día de mañana sólo en la medida que genere relaciones de pertenencia entre sus miembros” (52)
La medida de la apertura. “No se trata del falso universalismo de quien necesita viajar constantemente porque no soporta a su propio pueblo” (99). “Hay un modelo de globalización que conscientemente apunta a la uniformidad unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y tradiciones en una búsqueda superficial de la unidad” (100).
En este sentido llama a evitar los “dos extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y globalizante; otro, que se conviertan en un museo folklórico de ermitaños localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de sus límites” (142). “Una cultura sin valores universales no es una verdadera cultura” (146).
“Una sana apertura nunca atenta contra la identidad (...) sino que integra las novedades a su modo. (...) Por ello exhorté a los pueblos originarios a cuidar sus propias raíces y a sus culturas ancestrales, pero quise aclarar que no era mi intención proponer un indigenismo completamente cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda forma de mestizaje, ya que la propia identidad cultural se arraiga y se enriquece en el dialogo con los diferentes y la auténtica preservación no es un aislamiento empobrecedor” (148).
“Ningún pueblo, cultura o persona puede obtener todo de sí” (150).
La peor política. La Doctrina Social de la Iglesia históricamente criticaba tanto al comunismo como al liberalismo. Fratelli Tutti traza una nueva línea divisoria tanto con el liberalismo, que facilita el juego de los poderosos contra los débiles, como con el populismo que utiliza a los pobres para su propio provecho.
“Pueblo no es una categoría lógica, ni una categoría mística, si lo entendemos en el sentido de que todo lo que hace el pueblo es bueno, o en el sentido de que el pueblo sea una categoría angelical. Es una categoría mítica” (158).
“Hay líderes capaces de interpretar el sentir de un pueblo (...). Pero deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad” (159).
“Otra degradación del liderazgo popular es el inmediatismo. Se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostenerse su vida con su esfuerzo y su creatividad (...) estoy lejos de proponer un populismo irresponsable (...) los planes sociales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras” (161).
La mejor política, tal como se titula el capítulo quinto, es la que se orienta al bien común. La construcción a la que se refiere Francisco se hace en el diálogo, al que dedica un valioso capítulo entero. “En una sociedad pluralista, el diálogo es el camino más adecuado para llegar a reconocer aquello que debe ser siempre afirmado y respetado” (211).
Pero, volviendo a las cuestiones sociales, “el gran tema es el trabajo (...) Esa es la mejor ayuda a un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna (...) un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo” (162).
“Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas” (127).
“Hay cosas que deben ser cambiadas con replanteos de fondo y transformaciones importantes. Sólo una sana política puede liderarlo, convocando a los más diversos sectores y a los saberes más variados. De esa manera, una economía integrada en un proyecto político, social, cultural y popular que busque el bien común puede abrir oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos” (179).
“Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad (...) Una vez más convoco a rehabilitar la política que es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común” (180).
Es elogioso de la actividad de los empresarios: “una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos. Dios nos promueve, espera que desarrollemos las capacidades que nos dio y llenó el universo de potencialidades. En sus designios cada hombre está llamado a promover su progreso, y eso incluye fomentar las capacidades económicas y tecnológicas para hacer crecer los bienes y aumentar la riqueza. Pero en todo caso estas capacidades de los empresarios, que son un don de Dios, tendrían que orientarse claramente al desarrollo de las demás personas y a la superación de la miseria, especialmente a través de la creación de fuentes de trabajo diversificadas. Siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso” (123).
En cuanto a la cuestión de la deuda, afirma que toda aquella que haya sido “legítimamente adquirida debe ser saldada”, aunque “el modo de cumplir este deber que muchos países pobres tienen con los países ricos no debe llegar a comprometer su subsistencia y su crecimiento” (126).
El camino del reencuentro es uno de los ejes más importantes de esta carta encíclica.
“Si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y violencias” (111).
“Algunos prefieren no hablar de reconciliación porque entienden que el conflicto, la violencia y las rupturas son parte del funcionamiento normal de una sociedad”; otros creen que es ceder poder y otros, cosa de débiles (236).
“No se trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad”. Amar no es consentir un obrar malo. “Si un delincuente me ha hecho daño a mí o a un ser querido, nadie me prohíbe que exija justicia y que preocupe de que esa persona -o cualquier otra- no vuelva a dañarme ni haga el mismo daño a otros”; corresponde hacerlo y el perdón no anula el reclamo (241). La clave es no alimentar la ira que enferma el alma (242). “Quien cultiva la bondad interior recibe a cambio una conciencia tranquila, una alegría profunda aún en medio de las dificultades y de las incomprensiones (...) la bondad no es debilidad sino auténtica fuerza capaz de renunciar a la venganza” (243). “Lo que jamás se debe proponer es el olvido” (246).
“Pero la verdadera reconciliación no escapa al conflicto sino que se logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la negociación transparente, sincera y paciente” (244).
“El reencuentro no significa volver a un momento anterior a los conflictos (...) Hace falta aprender a cultivar una memoria penitencial, capaz de aprender a asumir el pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones (...) El proceso de paz es un compromiso constante en el tiempo” (226).
“La verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia” (227). “El camino de la paz no implica homogeneizar la sociedad, pero sí permite trabajar juntos” (228). “La verdadera reconciliación se alcanza de manera proactiva” (229). “Son procesos artesanales” (231).
Finalmente, consagra el rol de las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo.
“Cuando en nombre de una ideología se quiere expulsar a Dios de la sociedad, se acaba por adorar ídolos, y enseguida el hombre se pierde, su dignidad es pisoteada, sus derechos violados” (274). “Entre las causas más importantes de la crisis en el mundo moderno están una conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos, además del predominio del individualismo y de las filosofías materialistas que divinizan al hombre y ponen los valores materiales y mundanos en lugar de los principios supremos y trascendentes” (275).
“La Iglesia tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación sino que procura la promoción del hombre y la fraternidad universal” (276)
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