De yetas, mufas y cabaleros
El mundial de fútbol masculino (ahora hay que aclarar, como si todo el mundo estuvera pendiente del femenino cuya existencia es desconocida) es un masivo laboratorio de conductas muy útil para la antropología.
Tal vez, el principal elemento son las curiosas creencias que se han instalado como nunca antes en los aficionados al deporte de competición. No se trata ya de una cuestión juvenil, sino que se ha difundido en toda la feligresía futbolera.
Antes era más común en los segmentos menos formados de la sociedad. La cultura popular suele incluir a las supersticiones. Es natural que, a medida que una persona se va formando, va abandonando ciertas suposiciones consagradas por la gente para buscar sus causas últimas, su ulterioridad.
A medida que crecemos, distinguimos del orden terrenal la dimensión que es espiritual y trocamos aquello que suponíamos mágico en religioso. La magia no es trascendente. El alma del hombre trasciende a la magia, porque pertenece al mundo celeste.
Quienes creemos de esta manera entendemos que lo que sucede es parte del plan divino. Los católicos creemos en un Dios Providente, por lo cual no sufrimos el fatalismo del destino. Sabemos que tenemos una misión en este mundo, que los obstáculos son el modo en que el Señor nos señala el camino. El hombre es libre de seguirlo o de darle la espalda.
Para develarlo no hay mejor forma que la oración. En esa interacción uno se presenta ante Dios y la conciencia le permite a uno mirarse desde afuera como en un estudio clínico. A partir de allí, surgen pautas de mejora conductual.
Es cierto que durante ese rito uno puede prender una vela, en forma de ofrenda, recitar frases tal vez en forma repetida, disponer el cuerpo de modo de facilitar esa elevación espiritual y elevar los ojos al cielo, como lo hace Messi cuando mete un gol.
Porque cuando Messi convierte se persigna y eleva unos pocos segundos sus ojos al cielo, al que apunta con sus dedos índice, en señal de agradecimiento. Es un acto de humildad, ya que reconoce públicamente que El es el factotum de ése logro.
Messi sabe que se esforzó, que se entrenó más de lo necesario y que puso todo en la cancha para que la pelota se estampe contra la red, para que los rebotes siempre lo favorezcan y para aprovechar cada una de las distracciones de sus oponentes.
No es magia, no existe un destino escrito, ni mucho menos suerte. Roberto De Vicenzo dijo alguna vez que "he notado que tengo más suerte en la medida que más entreno".
Así y todo, por estos días hay que tolerar que haya gente aparentemente muy formada cuyo rostro se trastorna al escuchar a otro festejar un gol antes de tiempo y sentenciar, lúgubremente: "lo quemaste".
Más llamativo es ver a otro vestir una prenda sucia y pringosa porque "con esto ví la final del 86", como si tuviera un efecto salvífico en el campo de juego.
Otras veces hay alguno que nos mira irritado en pleno partido. En medio de ese frenesí, uno se pregunta cuál será la razón de su molestia. Hasta que el otro cabecea señalando a una que había expresado inocentemente: "seguro que éste lo ganamos".
Malo es haber coincidido con un ser querido en una derrota. Este siceso fatídico hará desaconsejable volver a ver un partido juntos.
No qusiera ni pensar en aquellos que han sido condenados a ser yeta.
La comodidad de la vida moderna nos ha llevado por el camino del menor esfuerzo; el consumismo desenfrenado se impone por sobre nuestra conciencia ambiental; la sexualidad libre nos ha llevado al estado primigenio del hombre, aquel en el cual poco nos diferenciábamos de las fieras...Pero confundir lo sagrado con la superstición es un grave retroceso.
La creencia sin religión no fructifica y la religión sin formación (no la enciclopédica, sino la del conocimiento personal) no llega a la perfecta fermentación.
En algunos casos el deseo de hacer del Diego un becerro de oro lleva a tergiversar la realidad. Al cierre de "Seamos eternos" (no me refiero a un tratado de teología sino al documental sobre la participación argentina en la última Copa América), se hace un montaje por el cual intenta reemplazar a ese Dios al que Lío señala por el profano Maradó, cuya figura aparece borroneada como si anduviera entre las nubes.
Hoy mismo, el relator del partido en pleno Adviento anunciaba a un nuevo Messias e invocaba la protección del Diego. Podemos tomárnoslo en broma, es lo recomendable, pero sepamos que esas frases y esos comportamientos no son vanos.+)
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