La Modorra
Hoy a la tarde nos visitó la Modorra, gracias a Dios.
Entró por el Zaguán del Negro y se cuidó bien de no llegar hasta la Santa Marta, taller del trabajo doméstico.
Se detuvo en el living, y me masajeó hasta adormecerme en mi sillón hamaca. Me recitó poemas de Pablo Neruda (¡musicalisados!) y me contó historias de narradores.
Le dije que mi idea era sentarme a escribir un poco, que tengo tantos proyectos enredados en mi agitada vida-diaria-para-amar-y-servir-a-Dios-y-al-prójimo.
Sentada en el sillón de tres plazas, ataviada de un corto vestido de flores, me señaló a María, que estaba en la terraza enseñando algúna materia a Hernanjo; cabeceó hacia mi espalda para mostrarne a Cande y a Ro practicando los artículos, en el comedor, y se palpó el lóbulo de la oreja para que repare en la música que venía del cuarto de Marin.
Blandí mis preocupaciones, mis inquietudes. Le expliqué que el mundo no podía seguir sin escuchar mi manifiesto.
Ella se sonrió y puso más fuerte la música de Calycanto que, adueñados de la voz de los versos del poeta chileno, cantaban a su casa de Valparaíso, la Sebastiana.
Dispuesto a resistirme, me agarré de un recorte de Página. Allí habría señales inspiradoras de mi pregón.
Disimuladamente, me hizo oler el fruto pisado y fermentado de la uva hasta hacerme enloquecer. Bebí, sí; bebí dos vasos. El reciente almuerzo, una cerveza de aperitivo y el cansancio de la semana, cómplices de ella, hicieron el resto.
Cuando me desperté ya era tarde. No podría escribir más que estas pocas y superficiales líneas.
Esta enviada no hizo otra cosa que hacerme honrar el domingo, día del Señor.
Entró por el Zaguán del Negro y se cuidó bien de no llegar hasta la Santa Marta, taller del trabajo doméstico.
Se detuvo en el living, y me masajeó hasta adormecerme en mi sillón hamaca. Me recitó poemas de Pablo Neruda (¡musicalisados!) y me contó historias de narradores.
Le dije que mi idea era sentarme a escribir un poco, que tengo tantos proyectos enredados en mi agitada vida-diaria-para-amar-y-servir-a-Dios-y-al-prójimo.
Sentada en el sillón de tres plazas, ataviada de un corto vestido de flores, me señaló a María, que estaba en la terraza enseñando algúna materia a Hernanjo; cabeceó hacia mi espalda para mostrarne a Cande y a Ro practicando los artículos, en el comedor, y se palpó el lóbulo de la oreja para que repare en la música que venía del cuarto de Marin.
Blandí mis preocupaciones, mis inquietudes. Le expliqué que el mundo no podía seguir sin escuchar mi manifiesto.
Ella se sonrió y puso más fuerte la música de Calycanto que, adueñados de la voz de los versos del poeta chileno, cantaban a su casa de Valparaíso, la Sebastiana.
Dispuesto a resistirme, me agarré de un recorte de Página. Allí habría señales inspiradoras de mi pregón.
Disimuladamente, me hizo oler el fruto pisado y fermentado de la uva hasta hacerme enloquecer. Bebí, sí; bebí dos vasos. El reciente almuerzo, una cerveza de aperitivo y el cansancio de la semana, cómplices de ella, hicieron el resto.
Cuando me desperté ya era tarde. No podría escribir más que estas pocas y superficiales líneas.
Esta enviada no hizo otra cosa que hacerme honrar el domingo, día del Señor.
Comentarios
Brindo por ella, y por el sabor de sus besos.
Gracias.
Genial cuadro el que narraste con tus palabras "tioérno". Cortito y al pie.
Salud!
A mi se me representa como la forma física del domingo, aunque no sea exclusiva de ese día.
Ta bueno lo que contás, hasta parece que uno podría tocarla