Soy granate
"¿En serio sos de Lanús?"
Esta pregunta me ha perseguido muchos años y, de acuerdo al lugar en donde esté, respondo una cosa u otra. Se vé que la gente no me identifica visiblemente con la honorable ciudad del Cercano Sur. Algo de razón tienen, ya que la primera vez que pisé ese noble territorio fue para ver Racing v. Lanús, varios años después de haberme convertido en simpatizante, acompañado por los reconocidos académicos Horacio Rodríguez Larreta y Miguel Canale, entre otros.
Son muchos los motivos que me volcaron por la adscripción a la Fuerza Grana. Pero hoy, aquí, en este mi blog, les contaré todo.
En tiempos inemoriables, era de Boca; de esa época sólo recuerdo el momento en que dejé de serlo. Mi hermano mayor, Emilio, me hizo de River al costo de una camiseta. En realidad, mi adhesión al Gallinero no fue el atractivo de adueñarme de una casaca sino el terror que me provocaba la idea de negarme al traspaso. Mi hermano era temible, y ciertos secreteos con su amigo Pablo Villanueva mientras se producía la ceremonia de iniciación hicieron aconsejable no resistir.
Debo reconocer que Boca no me generaba fanatismo, y que no me costó nada abandonarlo. River tampoco había logrado mi simpatía. Sin embargo, este alma apasionada sufría las discusiones y las parcialidades muy profundamente. Siempre juzgué absurdo esto de enojarse por un tema tan superficial y lejano de nuestro control, como es el éxito o fracaso del equipo de uno. Aún así, mi corazón vivía aprisionado por la necesaria defensa de un cuadro que ni siquiera me era muy afín. Los resultados (0-0, 1-0, 1-2) que la Banda Roja había logrado en los últimos partidos me sabían a mediocridad; el Monumental, a exageración; los apodos "millonario" a presuntuoso, y el de "gallinas" a flojera.
Un año, cuando mi personalidad empezaba a tener algunas definiciones identitarias, tomé una nueva decisión. Era obvio que no podía -ni realmente quería- pasarme a otro cuadro grande sin dar excesivas explicaciones acerca de mis motivaciones al respecto. Busqué un club chico y querible, débil y necesitado de protección. Busqué al fondo de la tabla. Solamente me acuerdo de Lanús y Platense que peleaban por el descenso. Disputaban partidos de matar o morir. Platense era más parejo que Lanús, que ganaba o perdía por cifras abultadas contra poderosos o pordioseros sin distinción.
Me volqué por el Granate porque, además, contaba con el aval de un tío muy querido mío, Juan José Madero. El se había cambiado de Boca cuando los bosteros hicieron las primeras operaciones de venta de jugadores y se desprendieron de sus joyas más preciadas; claro que aquél Lanús era el de los abañiles, que construyeron paredes con el balón e hicieron temblar los muros de los estadios.
Yo también me hice granate. Pero los pibes del Sur vendían cada jugador bueno que salía de sus inferiores y no podían sostenerse en primera. Pelearon algunos años, hasta que el Calamar pisó los dedos que nos sostenían de la Primera División A. El primer año que estuvo en la B cayó hasta la C y, en seguida, se reposicionó en la B, Nacional o Metropolitana, según la época.
Seguí sus campañas comprando La Razón los sábados a la tarde para enterarme del resultado.
Así y todo, Lanús en fútbol y Champagnat en Rugby me templaron el ánimo y me hicieron abandonar esas pasiones superficiales. Un día me dí cuenta de que ya no miraba la sección Deportes. Las inquietudes de mi hijo Hernanjo me hicieron volver a seguir estas lúdicas competencias.
Hoy tendré el privilegio de acompañarlo a este joven hincha de River a la Bombonera para ver si el equipo de su padre -obviamente, hice todo para que él no siga mis pasos- puede dar la vuelta olímpica.
La magnífica gestión de la dirigencia del Club, el ejemplar comportamiento de su técnico, la actitud deportiva de sus jugadores y lo inocente de su hinchada, son los motivos por los que cada vez me gusta más ser Granate.
Un campeonato para este cuadro al que no se le conocen arreglos con el poder futbolístico sería algo realmente bueno para el país.-
Esta pregunta me ha perseguido muchos años y, de acuerdo al lugar en donde esté, respondo una cosa u otra. Se vé que la gente no me identifica visiblemente con la honorable ciudad del Cercano Sur. Algo de razón tienen, ya que la primera vez que pisé ese noble territorio fue para ver Racing v. Lanús, varios años después de haberme convertido en simpatizante, acompañado por los reconocidos académicos Horacio Rodríguez Larreta y Miguel Canale, entre otros.
Son muchos los motivos que me volcaron por la adscripción a la Fuerza Grana. Pero hoy, aquí, en este mi blog, les contaré todo.
En tiempos inemoriables, era de Boca; de esa época sólo recuerdo el momento en que dejé de serlo. Mi hermano mayor, Emilio, me hizo de River al costo de una camiseta. En realidad, mi adhesión al Gallinero no fue el atractivo de adueñarme de una casaca sino el terror que me provocaba la idea de negarme al traspaso. Mi hermano era temible, y ciertos secreteos con su amigo Pablo Villanueva mientras se producía la ceremonia de iniciación hicieron aconsejable no resistir.
Debo reconocer que Boca no me generaba fanatismo, y que no me costó nada abandonarlo. River tampoco había logrado mi simpatía. Sin embargo, este alma apasionada sufría las discusiones y las parcialidades muy profundamente. Siempre juzgué absurdo esto de enojarse por un tema tan superficial y lejano de nuestro control, como es el éxito o fracaso del equipo de uno. Aún así, mi corazón vivía aprisionado por la necesaria defensa de un cuadro que ni siquiera me era muy afín. Los resultados (0-0, 1-0, 1-2) que la Banda Roja había logrado en los últimos partidos me sabían a mediocridad; el Monumental, a exageración; los apodos "millonario" a presuntuoso, y el de "gallinas" a flojera.
Un año, cuando mi personalidad empezaba a tener algunas definiciones identitarias, tomé una nueva decisión. Era obvio que no podía -ni realmente quería- pasarme a otro cuadro grande sin dar excesivas explicaciones acerca de mis motivaciones al respecto. Busqué un club chico y querible, débil y necesitado de protección. Busqué al fondo de la tabla. Solamente me acuerdo de Lanús y Platense que peleaban por el descenso. Disputaban partidos de matar o morir. Platense era más parejo que Lanús, que ganaba o perdía por cifras abultadas contra poderosos o pordioseros sin distinción.
Me volqué por el Granate porque, además, contaba con el aval de un tío muy querido mío, Juan José Madero. El se había cambiado de Boca cuando los bosteros hicieron las primeras operaciones de venta de jugadores y se desprendieron de sus joyas más preciadas; claro que aquél Lanús era el de los abañiles, que construyeron paredes con el balón e hicieron temblar los muros de los estadios.
Yo también me hice granate. Pero los pibes del Sur vendían cada jugador bueno que salía de sus inferiores y no podían sostenerse en primera. Pelearon algunos años, hasta que el Calamar pisó los dedos que nos sostenían de la Primera División A. El primer año que estuvo en la B cayó hasta la C y, en seguida, se reposicionó en la B, Nacional o Metropolitana, según la época.
Seguí sus campañas comprando La Razón los sábados a la tarde para enterarme del resultado.
Así y todo, Lanús en fútbol y Champagnat en Rugby me templaron el ánimo y me hicieron abandonar esas pasiones superficiales. Un día me dí cuenta de que ya no miraba la sección Deportes. Las inquietudes de mi hijo Hernanjo me hicieron volver a seguir estas lúdicas competencias.
Hoy tendré el privilegio de acompañarlo a este joven hincha de River a la Bombonera para ver si el equipo de su padre -obviamente, hice todo para que él no siga mis pasos- puede dar la vuelta olímpica.
La magnífica gestión de la dirigencia del Club, el ejemplar comportamiento de su técnico, la actitud deportiva de sus jugadores y lo inocente de su hinchada, son los motivos por los que cada vez me gusta más ser Granate.
Un campeonato para este cuadro al que no se le conocen arreglos con el poder futbolístico sería algo realmente bueno para el país.-
Comentarios
Me encantó que reconocieras en el blog que alguna vez (todos tenemos un muerto en el ropero), que alguna vez... fuiste de boca ("boca" se escribe con minúscula. Sí, es algo nuevo que mandó a decir De La Concha!). Que tu próxima confesión no sea del mismo tenor, pero sexual. No sé si estoy preparado.