La Mesa del Babilonia


Todos los jueves, a eso de las 19, íbamos cayendo de a uno al Bar Babilonia. Más exactamente, a la mesa de la esquina, junto al ventanal; esa que está cerca del baño de mujeres. Para llegar hasta allí había que cruzar lo que antes se conocía como "el reservado" y ahora, "el VIP"; en rigor, ¿qué tiene de gente muy importante ser usuario de un besadero? Es probable que, allá a lo lejos en el tiempo, los boliches favorecieran con toda clase de comodidades a los clientes gastadores; ésos que solían acudir acompañados de muchachas deseosas de ser objeto de suntuosas atenciones para ofrecer, prácticamente a modo de intercambio, caricias, besos, abrazos y palabras elogiosas, que endulzaran el oído egoísta. Nuestra mesa aparentemente formaba parte de ese pasillo, pero sólo en sus comodidades. Los sofás forrados de colores pastel, la luz tenue y la mesa baja de madera hacían las veces de un living. Nos divertíamos allí. Tanto que, a veces, la liga del besódromo se molestaba y nos mandaba al mozo a callarnos. Es muy difícil callarse cuando uno ya empezó a reirse. También cuesta imponer rigores a una clientela fiel. Por lo tanto, en aquellas oportunidades uno podía observar, triunfalmente, la salida de parejas que aceleraban su llegada al Mueble de la vuelta. ¡Je! Qué término más antiguo, ¿no? es que antes no se llamaba hotel a ese lugar de encuentros clandestinos. Alejandro Lerner rompió ese tabú al dedicarle una canción al Albergue Transitorio, "escala obligada de hoy", en los decadentes 80. Por esos años, los telos eran la discresión edificada; se situaban en lugares marginales y oscuros de la ciudad. Las vigilancias de apostamiento eran la cosecha del detective privado. Ahora son lugares exéntricos y hasta exclusivos. Esas transformaciones también llegaron al Babilonia, en donde el VIP se convirtió en algo más que en un besadero. Volviendo a nuestra mesa, y apesar de que muchas veces -las menos, debo confesar- he llegado puntual, es destacable que siempre la primerearan Honorio y José. El periodismo es especialista en horarios extraños. En cambio, el funcionario y el contador siempre se las arreglaban para tempranear. Así y todo, ya se los veía con una cerveza en la mano. A medida que pasaban las horas y que acudía el resto, el ámbar elixir se iba aguando; bueno, no exactamente: se iba trasparentando, se convertía en gin tonic o en otras destilaciones. Rara vez acudíamos al fruto de la vid, que solamente inundaba las mesas cuando venía un cantante o un pianista. Ahora que lo pienso, hace años que no eso sucede. Hoy es más común que la birra se vuelva blanca, líquida o polvorienta. Esta mala costumbre se volvió normal en los últimos tiempos. Antes lo más audaz era tomarse algo y tirarse algún lance con las modelos que desfilaban camino del camerín. Lo llamo así porque creo que las mujeres prácticamente no usan inodoros ajenos -al menos eso me dijo un lavacopas, que las espía por un respiradero-, sin embargo acuden al de DAMAS para gastar espejos y acomodarse las ropas. Es habitual que la mesa se alborote con las chicas, cuando llega Urbano. La mitad de los temas de conversación del galeno tienen que ver con las conquistas femeninas. Es obsesivo. Decí que no es ginecólogo, porque habría que denunciarlo de oficio. De cualquier forma, con el flaco, con el Tordo y el Canario, la cosa pasaba de los susurros iniciales a los vozarrones amistosos y culminaba con la consagración de la risa franca. Desde que Blanca empezó a merodear nuestra mesa, los entretenimientos cambiaron. Ahora hay un capítulo dedicado a las apuestas, de lo que sea, a la contratación de servicios de acompañantes -que denigran a la natural seducción a la que un hombre no debe renunciar nunca- y a la búsqueda de negocios que financien esos nuevos entretenimientos. Sin darme cuenta, por una cosa o la otra, fui faltando a la cita semanal y creo que voy a dejar de hacerlo. Para mí, con la visita policial del otro día la Mesa del Babilonia se terminó. Si no fuera que en ese mismo momento salíamos a comprar una revista, hubiéramos sido vícitimas de la extorsión policial. En realidad, yo pude salir. El Canario, que me seguía a unos pocos pasos, se quedó a curiosear la llegada de los uniformados. Como con los matones, hay que evitar cruzarles la mirada. El Canario quedó paralizado y tuvo que arreglar, como todos los asistentes a esa orgía, para evitar ser escrachados. Hoy me llamó porque tuvo que pedir prestado para poder zafar y ahora tiene que devolver lo que no tiene. Su voz, en el contestador, era desesperada.+

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