sábado, 11 de febrero de 2012

El Capitán Flaco



Anteayer se fue el Luis Alberto Spinetta sin que en este blog hayamos podido haberle dedicado antes una entrada para nuestra serie de teología rockera.
Es que el Flaco editó cuarenta discos, y un trabajo más o menos exhaustivo hubiese llevado un tiempo que no tuvimos. Pero la temprana muerte de uno de los principales padres del Rock Nacional imponen una lectura, a modo de homenaje postrero que para este sitio tiene más que merecido.
Distingamos al sujeto. Spinetta fue un poeta, un músico y una persona. Todos los testimonios y su imagen pública reflejan en él a una persona extraordinaria, de gran temple y carácter, generoso, genial, humilde y desinteresado. Guiado, fundamentalmente, por valores muy elevados.
Como músico, fue un guitarrista fuera de serie y un enorme compositor. Fue una bengala en la oscuridad de la noche rockera, señaló un camino, renovó, perfeccionó, purificó. Un maestro.
Ahora, como letrista, nuestra lectura es algo diferente. Nunca entendí demasiado sus letras, aunque es evidente que son plenas en bellas imágenes y que hay significados que se escapan a un lego como este bloguero. No obstante, hay pistas y muchas manifestaciones que nos facilitarán el análisis que merece la zaga que caracteriza a este blog. No aparece a primera vista una concepción religiosa en sus letras. Más bien, hay más referencias a la fantasía y a la magia, antes que a Dios. Debo reconocer que he escuchado más Almendra, Pescado Rabioso e Invisible, que a sus expresiones más recientes que corresponden a mi adolescencia y juventud.
De esa época a la que refiero, tomo dos canciones para hacer una disección teológica: Poscrucifixión y El Anillo del Capitán Beto, dos magníficos temas.
En el primero hay una incomprensión total de la figura de Jesús. Lo ve solo, desesperanzado, humano y triste. Esto último es lo que refleja la estampita del santo que lleva el Capitán Beto en su cabina. El aludido colectivero nos permite incursionar en su concepción de la muerte. El Beto muere y se va al cielo, propiamente dicho: al espacio exterior. En algunas expresiones por él vertidas en entrevistas se percibe como una especie de vacío, de permanencia en la música, a la hora de la despedida final.
Este bloguero cree que en la santa morada eterna difícilmente se perderían a este genio musical que supo encarnar los valores del cristianismo en su vida diaria, y que los tradujo en melodías celestiales. Pero parece ser otro de los tantos que, a pesar de haber pasado por un colegio religioso, no fue bien adoctrinado.+

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