El rastro de Aparecida

El Papa Francisco es un hombre de gran capacidad política. Pero cuidado con confundirse: me refiero a  la política arquitectónica y al servicio del gobierno de la Iglesia y de su acción pastoral. No a la política agonal y partidista. Como dirigente, como líder, Jorge Bergoglio es un gran pastor.
Buscar claves políticas en el Documento Conclusivo de Aparecida, que regalara a la Presidente en su encuentro cumbre, es ciertamente correcto. Pero sería equívoco si se pretendiera encontrar exclusivamente allí pautas concretas y censuras dirigidas a la acción del Gobierno Nacional.
Esto no quiere decir que no tenga posiciones políticas, pero éstas no deben contaminar su acción pastoral. Como dice Aparecida, con la preocupación por la vida plena para el hombre en el centro.
Aparecida es un documento grato de leer. Como todas las publicaciones de su antecesor, Benedicto XVI,  sus textos apuntan al fondo de las cosas. No tienen tramos, salvo rara expceión, que parezcan ser "de relleno" o de compromiso.
Aparecida ya es una síntesis por lo que me limitaré a hacer un breve comentario.
La primera observación es que, si bien no es un texto del entonces cardenal porteño -aunque era el relator y tenía la tarea de la redacción final-, se manifiestan aquí claramente los postulados clásicos de su predicación.
Pero es manifiesta la intención del episcopado latinoamericano reunido en aquella conferencia general de ir más allá de las fronteras católicas y de recuperar terreno a la secularización. También frente a las otras iglesias, aunque hay para con ellas un trato mucho más misericordioso y fraterno.
Aunque hace muchas concesiones discursivas, Aparecida nunca abandona la ortodoxia doctrinaria; como en Medellin cuya enmienda de Puebla preocupó a Juan Pablo II. El hecho de que seis años después, Francisco lo siga blandiendo es ilustrativo de la importancia que el actual Sumo Pontífice le dió  a aquella reunión episcopal que sentó las bases de la ahora proclamada colegialidad. No en vano visitará el santuario de esa popular advocación brasilera al llegar a suelo sudamericano por primera vez luego de coronado con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud.
El documento está centrado en la renovación de una acción misionera centrada en el encuentro personal con Jesús. Tal como lo pedía Benedicto XVI. Consecuentemente esa pastoral estará orientada a los más pobres, a los vulnerables, a los débiles. A esos que relejan "el rostro sufiriente de Jesús". Con un mensaje tan humanizado como "inculturado". Aparecida tiene particular preocupación por la religiosidad popular y por los pueblos originarios.
Enumera y dirige todos los recursos eclesiásticos a la acción pastoral.
Considera, como hizo Bergoglio en Buenos Aires, el dialogo ecuménico e interreligioso a su favor en la batalla contra la secularización, el relativismo y el consumismo.
Traza, desde allí, una división entre los cultores de una vida plena y los falsos profetas de una cultura de la muerte. Esa parece ser la jugada magistral: utilizar la mayoría católica para encolumnar al resto en ese proceso de evangelización cultural. Pero evitando caer la profunda huella que dejaron los que profesan pero no practican la fe en Cristo. Es imperioso resignificar y hacer nuevas las cosas.
Por eso evitará posiciones conservadoras, criticará -como hace el Magisterio desde hace más de un siglo- los excesos del capitalismo y no tendrá pruritos en sentarse con los recaudadores y las prostitutas, como hizo Jesús en su tiempo. Pero no será funcional a los poderosos. Como hizo en Buenos Aires, no callará nada de lo que tenga que decir para defender el derecho del hombre a una vida plena. Y la democracia republicana, como dijeron los obispos argentinos hace treinta años, es el camino.+

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