Que se rompa, pero que no se dueble

Alfredo Zitarrosa es un paradigma en varios sentidos: como rioplatense, milonguero, comunista, uruguayo, folklorista, etc. Su música remitía a la vida rural; su hábito, a lo urbano. Su voz, profunda y viril, no reflejaba aparentemente todos los órdenes de su vida (tal como sospecháramos en enero de 2009 y que su hermana ratificó hace pocos meses en un reportaje que dio a Radio nacional en homenaje por los 25 años de su partida a esa sociedad sin clases en la que puso sus esperanzas).
Hasce pocos días terminé una biografía que me prestó Gustavo Pedace (Alfredo Zitarrosa, La Biografía, por Guillermo Pellegrino, ediciones Estuario) que, siendo breve, liviana y entretenida, profundiza en los principales aspectos de su vida. Recaba muchos tetimonios y arma un texto llevadero y que refleja al verdadero Zitarrosa.
Según Pellegrino, con una sola excepción, todos coinciden en que fue un hombre triste o, más bien, conflictuado. Un día le dijo a un amigo que su psiquiatra le había dicho que no debía temer a la tortura de los militares, ya que él tenía suficiente con sus torturadores interiores.
Es que el extravagante cantor oriental era muy coherente con sus ideas. Un idealista. Reflejado por ese dicho de "que se rompa, pero que no se doble". Se reflejaba hasta en su falsa modestia, de la que dice Pellegrino que Onetti se mofó en aquella entrevista que le hizo y en la que dijo -como solía hacer- que no sabía tocar la guitarra ni cantar.
Pero tuvo el extraño privilegio de hacer poesía con la política y de elevar los sentimientos hasta desbordar de emoción, más allá de las ideologías. Supo transmitir su mensaje, sin licencias poéticas; textual. Tan honesto era su pensamiento y su expresión, que El loco Antonio y Becho reaccionaron mal al escuchar por primera vez sus respectivas y célebres canciones.
También estampó su coherencia en la coherencia con la que trató dos temas críticos para su ideología, Dios y la muerte. Tenía una visión marxista de la muerte: "la historia, Max, Dios; uno se halla como predestinado o predeterminado, uno tiene un camino y tal vez ese camino se esclarezca en el mismo acto de morir. La opción de elegir su propia muerte es una preocupación constante en uno", dijo alguna vez.
Caíto asegura que el exilio lo amargaba. Lo evitó todo lo que pudo. Pero a lo que más temía era "a que su país lo abandonara, lo olvidara, a que la gente que quedó en Uruguay lo recibiese con un indiferente 'vos no estuviste acá'".
"En casa no se hablaba habitualmente del tema de Dios. Yo no sabía qué idea podía tener Carla Moriana, su hija) e inclusive tampoco sé qué idea tiene ahora", contó Zitarrosa.
"Quienes lo coocieron -dice Pellegrino- afirman que su idea sobre Dios y la religión fue siempre muy confusa. Pocas veces habló sobre el tema. Muchos años después de haber tomado la comunión y de haber sido incluso monaguillo, expuso su pensamiento: "Cuando el hombre piensa en Dios suele mirar hacia arriba, como buscando en las estrellas (...). Por lo que se refiere a la existencia de Dios, sé que no existe... pero a veces me hace falta. Yo no tengo pruebas de la existencia de Dios. Soy una especie de Santo tomás -ironiza-. He mirado muchas caras y no encontré a dios en ningún rostro. en cambio he encontrado la cara del dolor y del hambre".
En fin, el libro es todo muy interesante y llevadero. De muy recomendable lectura. especialmente para los fanáticos, como este escriba.
Así como Alejandro Del Prado lo acusaba de argentino, en aquella maravillosa Zitarroseando, yo lo acuso de tanguero. A pesar de que, como él decía, para cantar tango haya que tener voz de hombre.+

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