sábado, 13 de mayo de 2017

Credos paganos

Hace bien Francisco en preocuparse por los jóvenes.
Si uno se detiene a ver a grandes rasgos los mensajes de su Pontificado, podemos enumerar en primer término a la reforma eclesiástica, la cuestión social, los inmigrantes, el medio ambiente, la familia y, ahora, pareciera estar aterrizando en la Juventud.
Pude leer rápidamente el documento preparatorio para el sínodo de obispos que el año próximo abordará el fenómeno juvenil con eje en la Fe y el disernimiento vocacional.
Demás está decir que el Papa sugiere reformas en los modos de ir al encuentro de ellos, de tratarlos y de ponerlos en el lugar protagónico que merecen como herederos del legado de Pedro. Pero lo que a mí más me interesó es el diagnóstico, rico en conclusiones sociológicas. Además, como nota personal, me encantó que haya presentado como modelo a seguir a Juan, el evangelista, el discípulo amado, el cronista, el más joven y tierno de todos los apóstoles.
Para empezar el documento define el universo a trabajar: los que tienen entre 16 a 29 años, aunque también reconoce que esta definición puede variar según las coordenadas geográficas y la realidad personal de cada uno, ya que hay muchos que han tenido que saltear el estadio juvenil para hacerse cargo de la adultez por numerosos motivos.
Asimismo afirma que hay tres grandes universos que para considerar a los jóvenes entre a) mujeres y varones, b) los que nacieron en una culturas más, menos o nada cristianizadas, y c) según las características demográficas.
Pero asegura que la mayoría de ellos está cruzada por una cultura globalizada que los homogeniza bastante. Viven, afirma el trabajo, en una cultura de descarte; que experimenta un rápido y complejo proceso de cambio y transformación; bajo paradigmas tenocráticos y cientificistas que procura resultados a
corto plazo; muchos viven en sociedades multiculturales y multireligiosas; son cautos ante aquellas personas que son lejanas a sus conocidos y muy especialmente a las instituciones (refiere a la Iglesia y a los partidos políticos, por no mencionar a los sindicatos, clubes y demás asociaciones); experimentan extrañeza ante quienes profesan una pertenencia confesional o practican una religión; viven hiperconectados y les cuesta asumir decisiones definitivas y, aunque no lo menciona, diría que están sujetos a una cultura consumista, cómoda y hedonista, que los condiciona fuertemente.
También reconocen los padres sinodales que estos chicos creen en Dios y en los mensajes evangélicos. Yo diría aún más: tienen una encomiable sensibilidad en favor de la inclusión social y del cuidado del medioambiente. Sin embargo, están sujetos al ruido ensordecedor del bombardeo mediático de las redes, al punto de impedirles lograr niveles razonables de reflexión y de meditación -indispensables para llevara una vida plena y trascendente-, por una parte, y de uniformarlos como clones, en sus hábitos, costumbres, vestimenta, afinidades musicales y hasta culinarias, por el otro. Podría decirse que sus máximas constituyen credos paganos cuya revelación se pierde en la virtualidad del ciberespacio o, más concretamente, muy habitualmente en Netflix cuando no en Hollywood.
También es extraño que, siendo tan sensibles e inclusivos, discriminen entre raros aceptables, que son los que experimentan hábitos culturales inéditos o extravagantes (digamos, que sean cool), y raros que hay que rechazar, que son aquellos que nadan contra la corriente, que desean conservar los valores o, mucho peor, las instituciones establecidas.
Gracias a Dios, la Iglesia percibió el fenómeno y decidió salir al encuentro de nuestros jóvenes con espíritu evangélico, y llama a no encasillarse en formatos antipáticos.
Seguramente estemos frente a una nueva gran discusión global.
El gran mérito del Santo Padre es lograr imponer los valores importantes en la conversación cotidiana. Para él, la reacción de los sectores conservadores será el ingrediente que sazonará su mensaje.
Pero sólo los teólogos podrán definir el punto justo entre lo que se mantiene y lo que se aggiorna. Esa definición me excede y, como hice toda mi vida, la descansaré en la inspiración que del Espíritu Santo sobre la Santa Madre Iglesia.+

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