Cuaresma newmaniana
Con la particular ocasión de la próxima canonización del beato John Henry Newman, se realizó el retiro anual de Cuaresma que predicó Mons. Fernando María Cavaller con el acompañamiento del padre Juan Ignacio Ibañez, ambos de la diócesis de San Isidro, en la Casa de Retiros María Auxiliadora de San Miguel, entre el 22 y el 24 de marzo últimos.
El pensamiento del cardenal Newman ha logrado un justo reconocimiento en estos tiempos de creciente secularización. Nació en Londres en 1801. Ingresó en la Universidad de Oxford, donde pasó de la Iglesia Baja de talante calvinista, a la Iglesia Alta de la gran tradición Anglicana. Fue ordenado sacerdote anglicano, y como profesor en Oriel College y párroco de la iglesia de la Universidad promovió, a través del Movimiento de Oxford del que fue líder, una profunda renovación teológica y espiritual en la Iglesia Anglicana. Pero este esfuerzo lo llevó al estudio de los Padres de la Iglesia antigua, que poco a poco le condujeron a la conversión a la Iglesia de Roma, que tuvo lugar el 9 de octubre de 1845. Fue ordenado sacerdote católico en Roma, y fundó el primer Oratorio de San Felipe Neri en Inglaterra, primero en Birmingham y luego en Londres. Fue fundador y rector de la Universidad Católica de Irlanda, en Dublin. Tiene una profusa obra escrita en sermones, ensayos, discursos, estudios históricos, cartas y poesías. Siendo sólo sacerdote fue creado Cardenal en 1879 por el Papa León XIII. Murió en Birmingham en 1890. Fue beatificado por Benedicto XVI en la misa de cierre de su visita al Reino Unido en 2010, y desde entonces el día de su memoria litúrgica es, precisamente, el 9 de octubre, la fecha de su conversión al catolicismo.
Por su parte, Mons. Cavaller es licenciado en teología por la UCA, en donde fue profesor de esa materia, y se doctoró en teología en la Universidad de Navarra. Fundó la Asociación de Amigos de Newman en Argentina, dirige la revista Newmaniana, escribió artículos y libros, y dictó numerosas conferencias tanto en el país como en el extranjero.
El texto que sigue a continuación es una síntesis de apuntes del retiro, con textos de Newman citados, ya que la intención fue que él predicará en primer lugar.
El Corazón habla al corazón
Cor ad cor loquitur fue el lema cardenalicio de Newman, resumen de su pensamiento. Está inspirado en la Biblia, en San Agustín y en Pascal. Por eso el retiro se inició con lo que podría llamarse una "cardiología bíblica", es decir, lo que la Sagrada Escritura entiende por corazón humano. El corazón es la sede de las decisiones, tanto de la veneración como del alejamiento: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí" (Is 29,31); "Yo os daré un corazón nuevo (...) quitaré el corazón de piedra y les daré uno de carne" (Ez 36,25). Lo ratifica el primer mandamiento: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente" (Mt 22,37). Los evangelios están lleno de referencias como la que define a Jesús: "manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29).
Newman pide que "nuestras palabras sean inflamadas, no por clamores y los gestos desmesurados, sino por el afecto interior (...) Por más que hablemos con la boca, el corazón habla al corazón". "Al corazón no se llega comúnmente por la razón sino por la imaginación, por las impresiones directas, por el testimonio de hechos y sucesos, por la historia, por la descripción. Las personas nos influencian; las voces nos hacen derretir; las miradas nos subyugan, los hechos nos inflaman", afirma, al estilo de los consultores actuales de comunicación. "El rechazo del cristianismo brota de una falta del corazón, no del intelecto".
Eran consideraciones dirigidas no contra el valor de la razón, sino contra el racionalismo imperante en su época, y estaban acompañadas por el rechazo al extremo opuesto del sentimentalismo religioso, “una acepción sentimental de la fe; algo así como una emoción o un afecto, y no la aceptación de la doctrina revelada. De allí que desaparezca la necesaria conexión entre la Fe con la verdad y el conocimiento”. "Han llegado a creer y a dar por sentado que la religión no es más que un suplemento para las carencias de la naturaleza humana, y no un hecho externo y una obra de Dios".
La Fe
Para Newman la reflexión sobre qué es creer ocupa gran parte de sus escritos. Sigue a San Pablo: “La fe es la sustancia y la evidencia de las cosas que no se ven" (Heb 11,1). Dice Newman que "La Escritura considera que la Fe es el instrumento escogido que une el cielo y la tierra. El mudo que no vemos es en su totalidad un mundo muy superior a ese que sí vemos. Pues, primero de todo, Él está allí, por encima de todos los seres, el que ha creado todo, ante quieren todos ellos son como nada (...) Lo sabemos, Dios Todopoderoso existe más real y absolutamente que ninguno de nuestros semejantes, cuya existencia percibimos mediante los sentidos, y sin embargo no lo vemos, no lo oímos, no hacemos más que buscarlo a tientas, sin encontrarlo. Parece entonces que las cosas visibles no son más que una parte, y una parte secundaria, de las cosas que nos rodean”.
Para ver las verdades de la Revelación hace falta luz, asegura Newman, y la luz es la Gracia de Dios. "La Fe es un razonar iluminado por Dios (...) Es un instrumento de conocimiento y de acción (...) La esencia de la Fe es mirar hacia fuera de nosotros mismos (...) El error intrínseco a mi juicio reside en exigir, de forma necesaria, una autocontemplación y autorreferencia permanentes en todos los aspectos del comportamiento". “Se hace consistir la religión en contemplarnos a nosotros mismos en vez de Cristo (…) decirle a la gente que estén seguros de mirar a Cristo, en vez de mostrárselo simplemente, en decirles que tengan fe, más que en suministrarles el objeto de la fe...con el resultado de que la fe y la inclinación espiritual se han desarrollado como fines, y obstruyen la vista de Cristo (…) Cristo les interesa menos que lo que llaman ellos sus experiencias”. Pero “la verdadera predicación del Evangelio es predicar a Cristo”.
La autocontemplación no sólo aleja del Objeto que es Dios sino de las obras que el mismo Dios nos pide realizar. Newman insiste en esto. “Leemos en San Juan: ‘El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama’ (Jn 14,21). La prueba de la fe es la obediencia. Así que el deber y la tarea del cristiano se reduce a dos cosas: Fe y Obediencia. Mirar a Jesús, objeto a la vez que autor de nuestra fe, y actuar de acuerdo a su voluntad (…) Para orientar su camino basta que fije su vista en Dios y se aplique a su trabajo (…) Nuestro deber consiste en actos (...) No reside en estados de ánimo ni en sentimientos. Aquel que se propone rezar bien, amar con sinceridad, ser templado en las discusiones, es sensato y virtuoso".
Por otra parte, la fe tiene un contenido. "Los Credos tienen un lugar en el ritual: son actos de devoción. El Credo no es una colección de ideas de gran peso. Es un salmo o Himno de alabanza, de confesión, de homenaje profundo y reverente, paralelo a los cánticos de los elegidos en el Apocalipsis... es el himno guerrero de la Fe, con el cual nos comunicamos a nosotros mismos y luego a los demás, a todos los que pueden llegar a oírlo, a los que llegan a oir la Verdad, quién es nuestro Dios, cómo hemos de adorarle y cuán grande es nuestra responsabilidad si conociendo lo que hemos de creer no lo creemos”. Por tanto, el retiro siguió, de la mano de Newman, contemplando a Cristo, según lo presenta el Credo, es decir la fe de la Iglesia.
Jesucristo, desde la Encarnación hasta su Segunda Venida
La Encarnación no fue "una conversión de la Divinidad en la carne, sino la asunción de la humanidad en Dios… El entró en el mundo, no en las nubes del cielo, sino naciendo en él, y de una mujer. El, el Hijo de María, y ella, puede decirse, la Madre de Dios (...) Así como nosotros somos cuerpo y alma y sin embargo un hombre, así, verdaderamente Dios y hombre no son dos sino un Cristo.”
“Es menester contemplar a nuestro Señor y Salvador, Dios y hombre, como un ser realmente existente, externo a nuestras mentes. Es el mismo que se dejó ver en figura miserable, sangrante y doloroso, alzado en desnudez, y dislocado sobre la cruz ante ojos pecadores y que parece decir: no puedo moverme a pesar de ser Omnipotente, porque el pecado me ha clavado aquí.” “La muerte de Cristo no fue un mero martirio. Un mártir es alguien que muere por la Iglesia, que es condenado a muerte por predicar o mantener la verdad. El hombre muere como un mártir, pero el Hijo de Dios muere como un Sacrificio Expiatorio. Había una virtud en su muerte, que no podía haberlo en ninguna otra, porque era Dios. El Hijo de Dios sufría en esa naturaleza humana que había tomado y hecho Suya. En ella sufrió tan realmente como realmente hizo los mundos por Su poder Altísimo. Ese Rostro tan despiadadamente ultrajado era el Rostro de Dios mismo.” Pero Newman no sólo contempla los sufrimientos físicos de Cristo sino los espirituales: “El Señor disponía absolutamente de su alma, estaba libre de toda influencia de distracciones, conociendo plenamente sobre el sufrimiento, rendido hasta el fondo, sencillamente sujeto a él. De modo que cabe decir que sufrió la totalidad de su pasión en cada uno de los momentos de la misma. Nada le ocurría a su alma de casualidad o de repente; nada le tomaba por sorpresa o le afectaba sin una cierta anticipación de su propia voluntad. Su pasión fue en realidad una acción. Murió por un acto de su voluntad, pues inclinó su cabeza en señal tanto de mandato como de resignación, y exclamó: ‘Padre, en tus manos encomiendo tu Espíritu’. Expresó la intención, rindió su Espíritu, no lo perdió.”
En cuanto a la Resurrección, el hecho central de nuestra fe: "Es la intención de Nuestro Señor en la Encarnación hacernos lo que El mismo es. Este es el principio de la Gracia, que no sólo es santa, sino santificante". “Mediante el hecho de la Encarnación la materia, que es una parte esencial nuestra, es capaz de santificación y de elevarse con El, en la resurrección.”
Y en cuanto a su Ascensión a los cielos: “Nunca dejó este mundo desde que entró en él, pues, a través del Espíritu Santo, está realmente presente entre nosotros, aunque se nos escape el modo de su presencia, y se entrega a aquellos que le buscan.” Newman insiste en la liturgia como expresión real de la fe, y comenta el Prefacio de la celebración eucarística: “Se nos exhorta a ‘levantar nuestros corazones’, y respondemos ’los tenemos levantados hacia el Señor’, es decir, hacia el que ascendió a lo alto, hacia quien no está aquí sino que ha ascendido, que se apareció a Sus apóstoles y se retiró de la vista...somos llamados a ascender en espíritu tras Él. ¡Oh, sí!, bien distinto es con muchos que están impedidos, más aún, poseídos y absorbidos por este mundo y no pueden ascender porque no tienen alas...No pueden levantar sus corazones hacia Él. No tienen ningún tesoro en el cielo, sino que su tesoro y su corazón y sus facultades están todas sobre la tierra; la tierra es su herencia y no el cielo (…) Sube al monte desde la tumba del viejo Adán, desde esos cuidados rastreros, desde los celos, las displicencias, y los propósitos mundanos; desde la esclavitud del hábito, la pasión tumultuosa, y las fascinaciones de la carne, desde ese espíritu frío, mundano y calculador, desde la frivolidad, el egoísmo y la presunción...Vigila, reza, medita…Dale libremente tu tiempo a tu Señor y Salvador, si lo tienes, y si tienes poco, muestra tu sentido del privilegio dándole ese poco...Muestra que tu corazón y tus deseos, que tu vida está con tu Dios...prueba que eres Suyo y que tu corazón ha ascendido con Él”.
Finalmente, Newman se refiere a la Segunda venida de Cristo que como El mismo dijo, vendrá "como un ladrón", por lo que nos llama a estar vigilantes. Después de considerar la fe, aquí la meditación se centra en la esperanza cristiana. “El cristiano capta del libro del Apocalipsis lo suficiente como para saber no lo que vendrá sino que ahora, como siempre, bajo esta escena visible discurre oculta una corriente sobrenatural. Y por tanto espera a Cristo, espera sus acciones providenciales, espera Su venida”. “Los años pasan silenciosamente y la llegada de Cristo está cada vez más cerca de lo que estaba (...) Hermanos, rogadle que os dé un corazón para buscarlo con sinceridad. Rezadle para que os haga vivir seriamente...Decidid no vivir más engañados por “sombras de religión”, por palabras, por discusiones, por nociones, por grandes declaraciones, por excusas, o por las promesas o amenazas del mundo (...) La vida es corta, la muerte es cierta, y el mundo venidero es eterno”. Esta meditación terminó con una adoración eucarística nocturna, ya que Newman considera la Eucaristía como nuestro “sostén” entre la Ascensión de Cristo y su Parusía al fin de los tiempos.
La Caridad
Luego de meditar con Newman sobre la fe y la esperanza cristianas, el retiro terminó con la caridad. “La Fe y la esperanza son gracias de un estado imperfecto, y terminan con ese estado, pero el amor es más grande porque es la perfección. La Fe no estará cuando esté la visión, ni la esperanza cuando esté el gozo, pero el amor, según creemos, crecerá más y más por toda la eternidad”. “No amamos porque creemos, puesto que los demonios creen pero no aman; ni amamos porque esperamos, porque los hipócritas esperan en quienes no aman. Amamos porque está en nuestra naturaleza amar, y está ahí porque Dios Espíritu Santo lo ha hecho así.” “La Fe está sólo a medio camino del cielo. Por la Fe renunciamos a este mundo, pero por el amor entramos en el mundo venidero. La Fe como mucho sólo hace un héroe, pero el amor hace un santo; la Fe puede colocarnos por encima del mundo, pero el amor nos lleva bajo el trono de Dios; la Fe puede hacernos sobrios, pero el amor nos hace felices. Pero es el amor que produce la Fe, no al revés. La Fe sin caridad es seca, dura y sin vitalidad; no tiene nada dulce, atractivo, victorioso, consolador”. “Creemos porque amamos”. “Es la Caridad lo que Cristo trajo al mundo”. “El amor, entonces, es la semilla de santidad”. Newman llama a vivir en comunidad; particularmente en la comunidad eclesial, que tiene en sus manos los dones y poderes necesarios para santificarnos.
La comunión de los santos
“La mejor preparación para amar el mundo en general, y amarlo debida y sabiamente, es cultivar una íntima amistad y afecto hacia aquellos que están inmediatamente a nuestro alrededor (…) Honrar a nuestros padres es el primer paso para honrar a Dios; amar a nuestros hermanos según la carne, el primer paso para considerar a todos los hombres nuestros hermanos (…) El amor a nuestros amigos íntimos es el único ejercicio preparatorio para e amor a todos los hombres. Tenemos que empezar por amar a nuestros amigos cercanos, y gradualmente ensanchar el círculo de nuestros afectos hasta encontrar a todos los cristianos, y luego a todos los hombres. Además, es obviamente imposible amar a todos los hombres en sentido estricto y verdadero. Lo que se entiende por amar a todos los hombres es sentirse bien dispuesto hacia ellos, estar listo para asistirlos y actuar hacia los que pasan por nuestro camino como si los amáramos. No podemos amar a aquellos de quien nada sabemos, excepto que los veamos en Cristo como objetos de su expiación; es decir, más en la fe que en el amor. Y el amor, además, es un hábito, y no puede lograrse sin verdadera práctica, la cual es imposible en tal gran escala”.
Pero en esta misma perspectiva familiar y amical, Newman es el gran teólogo y predicador de la Iglesia, como la gran familia de los hijos de Dios y la Comunión de los Santos, como la llama el Credo. “El mundo invisible, mediante el poder secreto y la misericordia de Dios, irrumpe en este mundo, y la Iglesia es precisamente la parte en la cual irrumpe (…) Cuando se lleva a bautizar un niño, la Iglesia invisible lo reivindica como suyo...Cuando glorificamos a Dios en la Santa Comunión, lo glorificamos con los Ángeles y Arcángeles que son los guardianes de la ciudad de Dios, y con los santos que son sus habitantes (…) Cuando oramos no estamos solos. La Iglesia visible depende solo de la invisible (…) Así como somos dignos de estar en comunión con los creyentes de todo tiempo y lugar, estemos en comunión debidamente con aquellos contemporáneos y vecinos nuestros”. “Dios dejó en el mundo lo que antes no había en él: una secreta morada para gozar de la Fe y el amor; es la Iglesia de Dios el verdadero hogar que Dios nos provee, su propia corte celeste, donde mora con los Angeles y los Santos.”
La Cuaresma: conversión a la santidad
La Cuaresma de cada año nos pide meditar en aquel Éxodo de Israel. Entonces era el camino a la Tierra Prometida, ahora es el camino al Cielo Prometido. Ya no es Israel, sino la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios. Ya no es Moisés, sino el mismo Jesucristo quien nos guía. Dice Newman: “Hay muchos que esperan que llegue un tiempo de arrepentimiento mientras el presente lo viven en pecado. Piensan que serán capaces de buscar a Cristo cuando así lo deseen. Pero han estado toda su vida de espaldas a una vida de amor verdadero hacia Dios y a los hombres. Hace falta amor sincero para arrepentirse. Sólo la caridad nos permitirá vivir y morir bien”. “Convertirse significa querer ser santo. Nadie que no sea santo será aceptado por su Amor el último día. De hecho, quien no haya vivido una vida caritativa tampoco sería feliz en el cielo, ni sería misericordioso permitirle ingresar. Es que el cielo no es como este mundo”. "Cuanto más frecuentes sean nuestras oraciones, cuanto más humildes, pacientes y religiosos nuestros actos, ésta comunión con Dios, estas obras santas serán los medios de hacer santos nuestros corazones y prepararnos para la futura presencia de Dios, para imprimir en nuestros corazones el carácter celestial. Obtener el regalo de la santidad es el trabajo de toda una vida (…) Que nadie pueda decir que los desanimo y les propongo una tarea más allá de sus fuerzas. Todos tenemos el don de la Gracia, que se nos ha prometido desde nuestra juventud”.
Newman considera que la santidad es el único modo de influir realmente en el mundo. "Es evidente que todo gran cambio es realizado por unos pocos, no por los muchos; por unos pocos decididos, valientes y celosos. Uno o dos hombres, de escasas pretensiones externas, pero con los corazones en su trabajo, son los que hacen las grandes cosas (...) Unos pocos cristianos de calidad superior bastan para llevar adelante la obra silenciosa de Dios. Así fueron los apóstoles (…) Un puñado de personas, dotadas de una gracia sublime, rescatarán el mundo durante los siglos venideros.”
La felicidad y la misión
"Dios ha creado todas las cosas para el bien, para su mayor bien; cada cosa para su propio bien. Lo que es el bien para uno no es el bien de otro. Lo que hace feliz a un hombre podría hacer infeliz a otro. Dios ha determinado -a menos que yo interfiera en Su plan- que deba alcanzar aquello que será mi felicidad mayor. El me ve individualmente, me llama por mi nombre, sabe lo que puedo hacer y lo mejor que puedo ser, sabe lo que es mi mayor felicidad y se propone dármelo". "Dios conoce lo que es mi felicidad, pero yo no. No hay regla acerca de lo que es feliz y bueno" (...) "Pongámonos en Sus manos, y no nos sorprendamos aunque nos lleve por un camino extraño (...) hacia lo que es mejor para nosotros".
"Dios es del todo pleno y bendito en Sí mismo, pero fue Su voluntad crear un mundo para Su gloria. Es Todopoderoso y pudo haber hecho todas las cosas El mismo, pero ha sido Su voluntad realizar sus propósitos por medio de los seres que ha creado. Estamos creados para Su gloria y para hacer Su voluntad. Yo estoy creado para hacer o para ser algo para lo cual nadie más ha sido creado. Tengo mi misión". "Soy un eslabón de la cadena, un vínculo de unión entre las personas. No me ha creado para nada. Haré el bien, haré mi obra. Seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en mi propio lugar, sin pretenderlo, si guardo Sus mandamientos y le sirvo en mi vocación".
Durante el retiro se rezó esta oración de entrega a Jesús compuesta por Newman:
“Señor, haz de mí lo que Tú quieras. No impongo condición ni intento ver adónde me llevas. Seré nada más lo que Tú quieras. Y no te digo que te seguiré por todas partes, porque soy débil, pero me entrego a Ti para que me lleves adonde quieras”.+
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