Grandes conversos de las letras modernas I
La Prensa pública hoy la primera entrega de una serie de notas sobre grandes escritores convertidos en la primera parte del siglo XX.
Se trata de un período de reverdecimiento de la Fe que afectó tanto a países católicos como protestantes.
De esa época es el libro que presentamos en la entrada anterior, Señor del Mundo, del padre Robert Benson, que refiere al advenimiento del anticristo.
Durante ese tiempo la cuestión religiosa estaba en el debate intelectual al punto de parir a sus más lúcidos y apasionados defensores: G. K. Chesterton, Giovanni Papini, Paul Claudel, Carl S. Lewis, Graham Greene, Evelyn Waugh, T. S. Eliot, Francisco Luis Bernardez.
Chesterton (1874-1936), que pertenecía a una familia anglicana de clase media, llegó a ser nombrado Defensor de la Fe por el Papa. De joven -al igual que C. S. Lewis- vivió una etapa des pesimismo y melancolía de la que salió -según contó en su Autobiografía (1936)- apoyado en los pocos escritores de su tiempo que no eran pesimistas: Whitman, Browing y Stevenson. Esa "especie mínima de gratitud mística" es que comienza su proceso de conversión.
Antes de estar plenamente convertido, quiso hacer justicia contra las acusaciones calumniosas y la opresión contra los papistas, en La Iglesia Católica y la conversión (1926). Cuestionó con ironía las ideas de las principales figuras culturales del momento (Rudyard Kipling, George Bernardo Shaw, H. G. Wells, Nietzsche, Ibsen), en Herejes (1905). Expresó las verdades de la Iglesia en Ortodoxia (1908).
En su Autobiografía respondió al principal interrogante sobre su conversión al catolicismo: "para deshacerme de mis pecados. Porque no hay otro sistema religioso que de verdad profese deshacer los pecados de las personas".
Como dice el autor de esta nota, "alconvertirse, se sumó que la senda que siempre había transitado su gran amigo y camarada de armas Hillaire Belloc, católico de nacimiento".
El otro autor converso que menciona La Prensa en su Suplemento Cultural de ayer es Lewis (1989-1963). Sorprendido por la Alegría (1955) es una especie de autobiografía espiritual en la que relata proceso que lo rescató del ateísmo para reconciliarse con Dios y difundir su palabra. Algunas lecturas, afirma, fueron decisivas en ese sentido: los libros de la imaginación fantástica de George MacDonald y los ensayos de Chesterton. Después se cruzó con el filósofo francés Henri Bergson, que revolucionó su perspectiva emocional. Más tarde, en Oxford, hizo algunas amistades fundamentales: Owen Barfield, A. C. Harwood, Nevil Coghill, Hugo Dyson y J. R. R. Tolkien. Ellos, o bien eran cristianos o ya estaban en proceso de conversión. Tolkien, que era católico, lo intrigaba por ser un intelectual brillante y un erudito consumado; de hecho, no encajaba en el estereotipo de creyente elemental y supersticioso.
La conversión empieza a producirse con una experiencia cuasi mística en el piso superior del ómnibus que lo llevaba a su casa, en el verano boreal de 1929, y se concretó dos años después en el trayecto que fue de la casa al zoológico, al que acudía en una visita familiar. Había nacido el padre de Narnia y el autor de Mero Cristianismo (1952).+
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